El tercer hombre

publicado en la revista «Nexos»
# 450, junio de 2015

 

Charles Darwin (1809-1882) publicó Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural en 1859 acicateado por un manuscrito de Alfred Russel Wallace (1823-1913), cuya similitud con Darwin en sus fotos de ancianidad es asombrosa. El famoso viaje de Darwin a bordo del Beagle alrededor del mundo y sus observaciones en las islas Galápagos, frente a la costa de Ecuador, ocurrieron en 1835: son muchos 24 años para poner orden en sus notas y en sus cajas llenas de muestras, fósiles, dibujos de animales y, lo más conocido: la variación del pico en los pinzones según cada isla y la observación de que variaban en función del alimento: grueso para romper semillas, delgado para alcanzar larvas en intersticios de troncos.

Los fósiles de cada región eran similares a las especies vivientes, muchas de las cuales Darwin disecó o dibujó, pero no eran idénticos. Hablaban de cambios lentos a lo largo de milenios. Parecían darle razón al naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), nacido en el siglo anterior a Darwin y muerto antes de su famoso viaje. La primera idea de evolución de las especies fue formulada, en nuestra era, por Lamarck, esbozada en Buffon y Cuvier, pero muy clara en Anaximandro, nacido en el 611 a.C., 25 siglos antes de Darwin, en Mileto, la de Tales, hoy en la costa turca que da al Egeo. Anaximandro plantea y planta una idea sencilla y maravillosa: puesto que los hombres no se alimentan a sí mismos en sus primeros años, deben provenir de otros animales que sí lo hacen y por lo mismo logran sobrevivir en situaciones donde un humano perece; que todos tuvieron su origen en el agua y luego fueron obligados a vivir en tierra por los cambios en el medio acuático, así pasaron de una forma a otra y llenaron la tierra y los aires. Darwin habría preguntado dónde firmar.

El joven Darwin tenía un problema serio: a diferencia del “marrullero canónigo Copérnico”, como lo llama Koestler, no vivió en los albores del Renacimiento y el descubrimiento de los clásicos griegos y latinos, época que nunca vio mal el sistema heliocéntrico, los cardenales cultos discutían en los jardines del Vaticano sus lecturas de Aristarco y las ventajas de explicar los movimientos planetarios si el Sol y no la Tierra estaba en el centro del universo (como se decía por entonces, sin idea de que somos menos que una mota de polvo en el Sahara cósmico). El canónigo temía publicar su obra por saberla plagada de errores, no por temor a la iglesia católica cuya apertura duraría un siglo más.

Pero la iglesia anglicana en la Inglaterra de Darwin, sin hogueras ni cárceles, era un enemigo digno de temer. Más aún cuando el obispo irlandés James Usher (1581-1656) ya había calculado la fecha en que Dios había creado el mundo: la madrugada del 23 de octubre del año 4004 a.C., hacía menos de 6 mil años. Eso no daba tiempo para que los fósiles recogidos por Darwin se convirtieran en los animales vivientes que observó cada que bajaba a tierra.

Los creacionistas de hoy explican los fósiles de forma irrefutable: Dios Nuestro Señor los puso allí para probar nuestra fe… Y prueben que no…

El tercer hombre

Pero así como el heliocentrismo estaba en el aire al despuntar el Renacimiento, gracias a la lectura de Aristarco, la evolución cobraba formas proteicas y variantes en el siglo XIX. Malthus había publicado su obra sobre el crecimiento de las poblaciones y Robert Chambers una hipótesis sobre leyes que guían el desarrollo de los seres vivos.

Alfred Wallace, de familia pobre, se costeó un viaje al Amazonas para poner a prueba esta idea del cambio en los seres vivos. Viajó, naufragó, lo salvaron, dio la vuelta al mundo por la región de Los tigres de la Malasia y vivió como héroe de Salgari. En 1855 publicó On the Law wich has Regulated the Introduction of New Species. Ya casi, ya casi… En 1858 (falta un año para 1859 y la publicación de la obra fundamental de Darwin), acosado por la malaria en Ternate, Indonesia, Wallace escribió su ensayo On the Tendency of Varieties to Depart Indefinitely from the Original Type que a principios de marzo envía a Inglaterra… dirigido a Darwin.

Con Wallace pisándole los talones, Darwin se decide a publicar Sobre el origen de las especies. La selección natural es la clave en la variación de las especies ya señalada por muchos. Darwin encontró la forma de conservar la prioridad en el descubrimiento y dar generosamente a Wallace un lugar destacado: leer ante la Sociedad Linneana un trabajo suyo desarrollado en 1857 por carta, y luego leer el ensayo de Wallace, quien seguía perdido al otro lado del mundo, entre fiebres y pobrezas.

Un caso que se asemeja al de Newton y Leibnitz en el descubrimiento del cálculo diferencial e integral: aunque llegaron a sus resultados de forma independiente, la gloria de Newton opaca a Leibnitz todavía.

De inmediato ese libro monumental agotó sus primeras ediciones, pero, también, fue terriblemente mal leído. Su mala lectura llega hasta nuestros días: A ver, si eso de Darwin es cierto, ¿por qué no vemos a los chimpancés de un zoológico amanecer convertidos en hombres? Porque en ninguna parte dice Darwin semejante tontería. Dice que los simpáticos chimps y nosotros compartimos un ancestro común. Lo tenemos también, si nos remontamos unos 12 millones de años, con el gorila y con otros monos que, por parecerse a nosotros, son conocidos como antropoides.

Las caricaturas de Darwin en los diarios ingleses de la época lo ponían como un chango vestido y barbón. La caricatura ha persistido por más de 150 años.

Una publicación del King’s College London en el Biological Journal of the Linnean Society, introduce a un tercer hombre en la historia del concepto de evolución por selección natural: el horticultor Patrick Matthew “merece ser considerado, junto a Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, uno de los tres que originaron la idea de evolución a gran escala por selección natural”.

Además, señala el artículo, la versión de Matthew acerca de la evolución por selección natural es más clara que la de Darwin: en Matthew “es una certeza deductiva, más una ley que una hipótesis para poner a prueba”.

Patrick Matthew (1790-1874) fue un terrateniente escocés con interés en política y agronomía. “Estableció extensos huertos de manzanos y perales en su propiedad y fue un adepto a la horticultura, silvicultura y agricultura”.

Cuando Darwin leyó a la Sociedad Linneana el resumen de su descubrimiento y el ensayo de Wallace, en 1858, ya 27 años antes había publicado Matthew ideas similares en su libro On Naval Timber and Arboriculture, de 1831. Plantea allí la evolución como una ley natural: “Hay una ley universal en la naturaleza que tiende a proporcionar a cada ser reproductivo la mejor posibilidad acorde a la condición de su tipo, o la que sea susceptible de proporcionar la materia organizada. [Esta ley] parece dirigida a modelar los poderes físicos y mentales o instintivos hasta su mayor perfección, y así proseguir. Esta ley sustenta al león en su fuerza, a la liebre en su rapidez y al zorro en sus artimañas”.

En 1860, meses después de la publicación de Sobre el origen de las especies, Matthew señaló las similitudes con su trabajo anterior. Darwin le hizo reconocimiento público: “Con libertad reconozco que Mr. Matthew ha anticipado por muchos años la explicación que he ofrecido del origen de las especies”. Por su parte, Wallace también admitió públicamente en 1879 “cuán plena y claramente Mr. Matthew ha aprehendido la teoría de la selección natural, así como la existencia de más oscuras leyes de la evolución, muchos años antes que Mr. Darwin y yo mismo”. Luego Wallace declara que Matthew es “uno de los más originales pensadores de la primera mitad del siglo XIX”. Tanto Darwin como Wallace insistieron en que habían llegado a sus formulaciones de manera independiente a las de Matthew.

Pero, “aun si Matthew no influyó en Darwin y Wallace, sus escritos proveen un valioso tercer punto de referencia en cuanto a la noción de macroevolución por selección natural”, argumenta Michael Weale, autor del ensayo.

El gran aporte de Matthew fue considerar ley la evolución que da su fuerza al león y su velocidad a la liebre… para huir del león… que adquirirá habilidades para alcanzar la liebre… que desarrollará carrera en zigzag para evadir al león… que… No es una hipótesis, como la de Laplace para explicar la formación del sistema solar, como, con timidez, Darwin y Wallace plantean la evolución. Ley, como la gravitación de Newton. Pero se perdió en un libro sobre producción de madera para hacer barcos…

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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