La identidad de género nos viene de la naturaleza

publicado en la revista «Nexos»
# 448, abril de 2015

 

Una de las más dañinas convicciones en ciencias sociales es que la identidad de género se aprende. Basados en esa convicción, los servicios médicos se resisten a cambiar el sexo de personas que sienten “estar en el cuerpo equivocado” y recetan tratamiento psicológico de autoaceptación en vez de la cirugía y el tratamiento hormonal solicitados por la persona. Tampoco tenemos muy claro el motivo de que algunas, y sólo algunas personas sientan que tienen el cuerpo equivocado. Es algo muy diverso a la homosexualidad.

“Según revisión publicada en Endocrine Practice hay creciente evidencia de una base biológica para la identidad de género que puede cambiar la perspectiva médica respecto a las personas transgénero y mejorar su atención a la salud”.

Los conocidos como “desórdenes en la identidad de género” afectan a una en 100 personas. Un porcentaje, el 1%, inesperadamente alto. El estudio fue conducido por investigadores de la Boston University School of Medicine.

Una precisión: no se trata de población homosexual, que se define como la que prefiere a su propio sexo en las relaciones sexuales y, sobre todo, en el amor. Esta última acotación resulta importante porque, sobre todo entre hombres, hay quienes aceptan una relación con otro hombre como sustitución a falta de mujeres, o como complemento al ingreso económico. De ahí que Kinsey, en 1949, haya hecho una clasificación en donde hay cuatro sombras de gris, además del blanco y el negro, seis tipos. Pero es sin duda homosexual el hombre que se enamora de otro hombre, no el que tiene una relación casual. Como no es heterosexual quien tiene una relación casual con el sexo opuesto.

Aceptar el propio sexo y buscar el mismo para relaciones sexuales o enamorarse de quien pertenece al mismo sexo, ocurre con frecuencia tan alta, en hombres, como un 10 a 12%. Menos en mujeres. El hallazgo de Boston es que una minoría de esa minoría siente que desde la infancia le fue mal asignado su género.

“Los investigadores condujeron una revisión bibliográfica que mostró de forma positiva bases biológicas en la identidad de género”. Hubo casos con desórdenes en el desarrollo sexual, como agénesis peneana (cuando no se forma por completo un pene) y diferencias neuroanatómicas, otras en cuanto a genes asociados con los receptores de hormonas sexuales: esto es, las hormonas se producen, pero no hay receptores que las traduzcan en efectos propios de esas hormonas.

Va de nuevo: no es el caso de la persona homosexual que está perfectamente definida en su anatomía, en las características primarias y secundarias producto de tales hormonas (hay los receptores adecuados y suficientes), pero su sexualidad y su vida afectiva se inclinan por su mismo sexo.

“Este artículo representa la primera revisión amplia de la evidencia científica acerca de que la identidad de género es un fenómeno biológico”, explica uno de los autores, Joshua D. Safer. “Como tal, nos provee de uno de los más convincentes argumentos a la fecha, para todos los proveedores de servicios médicos, para que la medicina desarrolle las técnicas necesarias para el buen cuidado de estas personas”, añade.

Contacto con el equipo: Gina di Gravio, ginad@bu.edu

Por el camino opuesto

Hay más y mejores pruebas si observamos a quienes están conformes con su identidad de género, sean homo o heterosexuales. ¿Por qué una mayoría acepta su identidad de género? Y eso incluye a homosexuales.

Al comenzar el siglo XX se unieron la antropología social de Franz Boas y su discípula Margaret Mead con el conductismo fundado por John Watson y afinado por B. F. Skinner, para fabricar el determinismo social de la conducta: las diferencias de género son aprendidas. Watson dijo: Denme un recién nacido y haré de él lo que sea. Mead creyó descubrir en la paradisíaca isla de Samoa, en el Pacífico, una perfecta inversión de roles masculinos y femeninos: a la pobre la engañaban sus informantes, atentas, como gitanas, al lenguaje corporal de la neoyorkina ante una supuesta sexualidad desenfrenada. Un cuarto de siglo después llegó el remache filosófico: en 1949 Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo. “No se nace mujer, se llega a serlo” o, más sencillo: la mujer no nace, se hace fue su postura aclamada en todos los medios académicos porque coincidía con los relatos de Mead y el auge del conductismo. Beauvoir y Watson coinciden: Denme una niña y haré de ella un niño. O viceversa.

El experimento sería ilegal y monstruoso, nadie se ha atrevido (no sé si Joseph Mengele) a realizarlo. Excepto el azar, porque algunos accidentes lo han hecho. El más famoso de todos es el que podríamos llamar “el experimento perfecto”. Va así:

1. Se tienen dos gemelos idénticos, varones y recién nacidos.

2. A uno lo castramos el mismo día del parto. Un cirujano plástico le crea una vagina.

3. Mantenemos en total secreto el hecho: la madre tuvo gemelos, un niño y una niña.

4. Le damos tratamiento con hormonas femeninas durante su infancia y las aumentamos al llegar su adolescencia.

Llevará nombre de niña, vestido, escuela para niñas, educación de la que “hace mujeres”. Debemos tener como resultado una mujer: Boaz, Mead, Watson, Skinner y Beauvoir dixerunt.

También era la opinión de dos expertos en sexualidad de enorme prestigio, Anke Ehrhardt y John Money (Man & Woman. Boy & Girl), a quienes acudieron los angustiados padres de un par de gemelos, varones, monocigóticos. Al ser circuncidados, el hospital empleó un novedoso instrumento eléctrico que cauterizaba el tejido. Pero al realizar la circuncisión del segundo, una descarga eléctrica necrosó los tejidos. Cayó el pene.

Money y Ehrhardt recomendaron a los padres terminar lo que el azar o el descuido habían comenzado. El par de investigadores siguieron durante los primeros años a los gemelos y todo indicaba que el cambio de sexo había sido por completo exitoso. El padre del conductismo y la filósofa tenían razón.

A los pocos años leí la noticia de que una mujer, nacida varón, se acababa de casar con una mujer, retransformada en hombre. El diario no daba mucha información.

Pero en el año 2000 los datos e historias completas aparecieron en Genoma, de Matt Ridley, traducida en Taurus. La historia completa va así: la circuncisión infortunada tuvo lugar en Winnipeg, Canadá, en los años sesenta. A la niña la llamaron Joan. John Money había afirmado en 1973 que era una adolescente bien adaptada. Punto final: la identidad de género es un producto social, de la educación.

Fue más complicado que eso, y tuvo otro final, feliz hasta donde se pudo. Dice Ridley:

Hasta 1997 nadie comprobó los datos. Cuando Milton Diamond y Keit Sigmundson localizaron a Joan, encontraron a un hombre felizmente casado con una mujer. Su historia resultaba muy distinta de la que Money había contado [con derroche publicitario e influencia definitiva en el relativismo social del género]. De niña siempre hubo algo que la hacía sentirse profundamente infeliz y siempre había querido llevar pantalones, mezclarse con niños [recordemos que los niños prepúberes rechazan a las niñas y consideran afeminado al que juega con ellas] y orinar de pie. A los 14 años sus padres le contaron lo que había sucedido y ello le supuso un gran alivio. Dejó el tratamiento hormonal, volvió a cambiarse el nombre a John, reanudó la vida de hombre, le extirparon los pechos y a los 25 años se casó con una mujer y adoptaron a sus hijos. Presentado como la prueba de que la sociedad conforma los roles de género, resultó exactamente lo contrario [...] El cerebro es un órgano de género innato.

El tema había caído como lluvia de mayo en los años sesenta y sus demandas sociales. “La gente común siempre ha sabido que la educación es importante, pero siempre ha creído igualmente en cierta capacidad innata. Son los expertos los que han adoptado posturas extremas”, comenta Ridley.

Otro caso tuvo un final trágico. David Reimer, criado como niña luego de perder el pene por una circuncisión inepta, nunca se sintió una verdadera mujer y se suicidó en mayo de 2004, a los 38 años de edad. La American Association for the Advancement of Science (AAAS), que publica el semanario Science, dedicó su congreso anual a la memoria de Reimer. Se presentaron trabajos al congreso sobre la genética del sexo cerebral.

Por supuesto no son los genes, sino la categorización social, la que asigna elementos neutros, como la falda o los adornos en la ropa, a cierto género. También es verdad que el dominio masculino encuentra mayor valor en todo cuanto hacen los hombres. Lo triste es que esta categorización por el sexo dominante sea aceptada sin titubeos por mujeres cultas: “Se guardan para ellos la Física y nos refunden en las Letras Clásicas” define, como nada, el triunfo de la ideología masculina dominante.

En el citado congreso de la AAAS, Eric Vilain y colaboradores presentaron estudios realizados a cerebros masculinos y femeninos. “No esperábamos encontrar diferencias genéticas entre los cerebros de diverso sexo; pero descubrimos que cerebros de macho y hembra difieren en muchas formas medibles, incluyendo anatomía y función”, Molecular Brain Research, octubre de 2003.

Contacto por e-mail con la Universidad de California en Los Ángeles: Elaine Schmidt, elaines@support.ucla.edu

“Nuestros hallazgos pueden ayudar a responder una importante cuestión: ¿por qué nos sentimos machos o hembras?”. Antes de existir testosterona para guiar el proceso de diferenciación sexual del cerebro, los genes han dado órdenes en ese sentido. “Por estudios previos, sabemos que las personas transgénero poseen niveles de hormonas normales. Su identidad de género es posible que pueda explicarse por algunos de los genes que hemos descubierto”.

En cuanto a homosexuales que no buscan ni desean reasignación de sexo, la inmensa mayoría, son notables los casos de gemelos monocigóticos (de un mismo óvulo y mismo espermatozoide) que, si bien en su mayoría presentan la misma orientación sexual, una minoría la tiene diversa. Son idénticos, salvo en la sexualidad. “Es muy posible que la identidad sexual y la atracción física estén hard-wired, hechas de conexiones físicas en el cerebro; si lo aceptamos debemos reducir el mito de que la homosexualidad es una elección y examinar nuestro sistema legal en concordancia”, concluyen.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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