En la antigua noche de los idiomas

publicado en la revista «Nexos»
# 438, junio de 2014

 

No es una sorpresa descubrir que idiomas con un mismo origen, el latín, por ejemplo, se asemejen. Lo sabemos no por la lingüística, sino por la geometría de Euclides: “Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí”. Eso nos lleva en ocasiones a tropezar con “falsos amigos”: palabras que se parecen en sonido y no en significado. Una amiga, francesa con toda su vida en Barcelona, cuando comenzaba a hablar español había sacado la regla, válida casi siempre, de que al francés nomás se le ponía un final o para el masculino, a para el femenino y ya se tenía su correspondencia en español. Así que, ante la invitación a otro tequila, respondió: “No, porque ya tengo la teta pesada”. Tête es cabeza, o, aquí está la clave, testa.

La carcajada fue mayor porque, en efecto, las tiene pesadas. Pero ella había olvidado un detalle: el francés, como los tabasqueños y cubanos, se come muchas letras ese del latín, mismas que el español sí conserva. En francés se indica la ausencia con un acento circunflejo, así que el latín testa se volvió tête. El latín stare (estar de pie) dio en español estar y en francés être, con su coronita de que falta una ese. Stabat mater es un título común a muchos compositores que hablan de María al pie de la cruz. De ahí deriva en español la rica diferencia y matiz de ser y estar.

Pero entre idiomas de origen diverso, como el español y el alemán, debe uno remontarse no a la madre, sino a la lengua abuela. Nuestro pronombre personal es casi idéntico al alemán Du. Nuestra letra t es suave y la d alemana es fuerte, así que casi suenan igual. Si decimos tú en vez de Du un alemán nos entiende. El inglés formó el pronombre thou, tú, y el you para su plural. Pero se perdió el thou (thau), salvo en los mandamientos: Thou shalt not kill (No matarás). En Santiago, un maestro chileno de inglés nos sugería experimentar, cuando estuviéramos algún día en Londres, preguntando por Picadillo Seco y, sin falta, el atento inglés nos indicaría cómo llegar a Picadilly Circus.

Entre lo que nos perdemos al ver la serie Cosmos en doblaje es la broma de Neil deGrasse Tyson cuando dice que la naturaleza tiene la ley: No sumarás la velocidad de la luz a la del objeto donde se produce, No añadirás energía a… etcétera. Sin duda Tyson emplea el bíblico e isabelino thou. No tenemos cómo traducirlo, salvo en los países donde persistió el pronombre vos, que podrían emplear el como indicación del thou.

Hubo un idioma común al griego clásico, el germano, el latín y el eslavo: el indoeuropeo, y vemos sus rastros. En griego moderno hay cinco formas de escribir el sonido i, la simple i de i-nfame. Son tres letras, iota, ita (que nos enseñan en prepa como eta) e ípsilon, la que llamamos y griega en español, pero portugueses y brasileños conservan el nombre: ípsilon. Lo supe bailando aquella famosa disco-samba popular en los ochenta: a, e, i, o, u, ípsilon (se repite) y luego “Brigit Bardó fe sho…” (Brigitte Bardot fait chaud: Brigitte Bardot: hace calor). También hay dos combinaciones que suenan i: épsilon+iota, y ómikron+iota.

Así que es un problema digno de programa para computación resolver la ortografía correcta del nombre Dimitris con sus tres ies, cada una con cinco opciones gráficas. Descubrí una regla que aún no me falla: si en español, inglés o francés un sonido i griego es e, se escribe con ita. En este caso es Demetrio, así que todas son ita.

Pero resulta asombroso que lenguas no indoeuropeas, como las originarias de América, conserven similitudes. Una es teo, dios, como en teocali, casi idéntico al griego que hace teocracia, teología. Y la terminación tlan como locativo: Mazatlán, Mictlán, Zapotlán y, por supuesto, Tenochtitlán. El antiguo germano, de donde proceden el inglés y el alemán actuales, dio land para tierra (England, Deutschland), lant en otros germánicos. El náhuatl y el germano. Debemos remontarnos a la lengua tatarabuela: la que hablamos los humanos al dispersarnos desde el Este de África por todos los continentes. Dios y tierra debieron ser cercanas a teo y lant cuando éramos escasos 10 mil y comenzamos a tener éxito gracias al lenguaje.

Los hispanohablantes tenemos un problema feroz con la llamada ese líquida, la ese antes de t y de p, como en street, Strasse, stin, stella, stage: no tienen dificultad quienes hablan inglés, alemán, griego, italiano o francés. Lo mismo nos ocurre con sp. Ponemos una e delante: estrit, estrase, estin, espik.

También ocurre que en español tenemos un sonido impronunciable para quien habla inglés o francés: el de la j en Javier. Pero la tienen el alemán, achtung, el griego jilia (transliterado, mil) y más fuerte aún el hebreo, Jaial (transliterado, soldado) y el árabe. Para indicar ese sonido, ingleses y franceses se inventaron la kh: khaki, el color arena de los pantalones y camisas de algodón ligero. Lo indican, pero no lo pueden pronunciar y dicen kaki, no jaki.

Pero en todos los idiomas hay sílabas nunca empleadas. Un estudio de la International School of Advanced Studies, en Trieste, Italia, hace ver que el sonido “bl” lo tienen muchas palabras en cuanto idioma uno revise. Pero no existe “lb”. Los idiomas “ofrecen varios ejemplos de este tipo”, sostiene un estudio publicado en los Proceeding of the National Academy of Sciences (PNAS). David Gomez (sic), investigador bajo la supervisión de Jacques Mehler, es el autor principal de la publicación.

Gomez y coautores observaron la actividad cerebral de recién nacidos y descubrieron que la preferencia por bl y no por lb se presenta desde que el bebé es aún incapaz de hablar. Durante los experimentos, los recién nacidos oyeron palabras que comenzaran con bl (blanco, blue, blink) y otras con el inusual lb y “encontramos que sus cerebros reaccionaban de forma significativamente distinta a los dos tipos de sonidos”, dice Marina Nespor, neurocientífica en el equipo. “Las regiones cerebrales que se activan dan respuestas diversas”, comenta Gomez, “y reflejan la preferencia observada entre los idiomas”.

Añade Gomez que tenemos suerte “de que exista una base común. De esta forma, nuestros niños nacen con la habilidad de distinguir entre palabras y ‘no-palabras’ desde su nacimiento, sin importar el idioma que luego aprendan”.

La Northeastern University retoma el artículo de Gomez et alii en PNAS. Menciona que para estudiar los cerebros de recién nacidos se empleó una técnica no invasiva, en este caso espectroscopía cercana al infrarrojo. Destaca que el ruso sí tiene algunas palabras que comienzan con lb, por ejemplo lbu, palabra cercana a lob o frente (de la cabeza). “Pero aun en ruso tales palabras son extremadamente escasas y muy numerosas las que comienzan con bl”.

El equipo trabajó con recién nacidos italianos que todavía ni siquiera balbucearan (eureka: aquí tiene el español una lb, pero no está al inicio de la palabra ni forma sílaba: bal-bu-cear). Y a pesar de eso compartieron con adultos el sentido de cómo deben sonar las palabras.

Estos hallazgos demuestran que nacemos con un básico y fundacional patrón acerca del sonido en los idiomas humanos”.

Esto nos lleva de inmediato a las tesis de Noam Chomsky publicadas en Estructuras sintácticas y otras obras. Hay un inmenso, pero no infinito, número de oraciones posibles en todo idioma. Luego, los humanos debemos tener un número finito de reglas que es la gramática interna del idioma. Chomsky sostiene que esa gramática es en buena medida innata.

Y esto último también lleva a Gabriel Zaid: hace ya unos buenos años publicó un artículo llamado “La máquina de cantar”, donde calculaba cuántos sonetos se podían escribir en español, dadas todas las combinaciones posibles de endecasílabos y la restricción de las rimas. Fascinante.

Así podemos explicar algo que nos parece natural, pero es asombroso: la posibilidad de traducir, vaciar, un idioma a otro. Circulan un buen número de frases intraducibles en la internet. Pero observemos que, una vez que entendemos la idea, no importa que no la podamos expresar con la misma precisión en otro idioma, ni siquiera el nuestro. Un ejemplo reciente lo vimos en la serie de TV, maravillosa por lo demás, Breaking Bad, cuyo título quedó sin traducir durante todas las temporadas. Pero con saber el significado de ambos términos basta para saber lo que dice… Y saber que no encontramos cómo decirlo en español.

El estudio de Gomez et alii parece sumarse a las pruebas a favor de Chomsky con su lingüística generativa y transformacional.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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