¿Y el vino de los bravos?

publicado en la revista «Nexos»
# 435, marzo de 2014

 

Me llegó un paquete enviado por el FCE y encontré un libro en edición de las que ya no se hacen: pasta dura, camisa, buen papel y tipografía agradable. El autor, José Emilio Pacheco, era un famoso poeta, cuentista y ensayista del que yo leía su columna firmada con iniciales: JEP, de una prosa limpia y una abrumadora información literaria que me hacía sentir inculto. Leí la NOTA: “Tarde o temprano reúne poemas escritos de 1958 a 1978 y publicados en los siguientes libros:” Viene un listado y una hermosa autocita, tomada de otra compilación de sus poemas que comienza: “Escribir es el cuento de nunca acabar y la tarea de Sísifo. Paul Valéry acertó: No hay obras terminadas, sólo obras abandonadas”.

Pero eso lo leí después. Primero me encontré en la portadilla, escrita con plumón basto y letras todas mayúsculas una dedicatoria que me conmocionó:

A LUIS, QUE DIJO UN DÍA QUE BASTA Y SOBRA CON LEER A CAVAFIS (pp. 274-284).
LA AMISTAD Y LA ADMIRACIÓN DE

JOSÉ EMILIO

1980

Sí, creía recordar que en una entrevista había dicho algo así, pero añadiendo a San Juan de la Cruz.

Me había enamorado de Kavafis (que ya escribía con K) desde que lo había descubierto, a los 21 años, en casa de Héctor Valdés, el querido Pelón Valdés, en traducción de Marguerite Yourcenar al francés, y transformado por ella en Cavafy. Dos poemas breves me habían sacudido: “Lejos” y “Gris”. Mi francés de entonces no me daba para los poemas largos. Hoy que José Emilio ha muerto, releo esas páginas de Tarde o Temprano y me encuentro sus Cuatro Epigramas, de Seferis, con nota “*Sobre la traducción de Rex Warner”, y sus Dieciséis poemas de Constantino Cavafis, con la dedicatoria: A Celia y Jaime García Terrés, quien me descubrió a Cavafis, y el arte de la traducción, en 1960.

Hago sencillas cuentas. Con su muerte ha aparecido su año de nacimiento y tenía 21 años en 1960. Descubrimos al mismo poeta a la misma edad. Pero me faltaba la sorpresa mayor al leer el libro dedicado: el poema en que me sentí descrito y cuyo final usaría una y otra vez, atribuyéndoselo a Kavafis sin descubrir, hasta años después, años recientes, que es de José Emilio.

            Anduve
No quise atarme. Me solté y anduve.
Anduve por la noche constelada.
Así hallé goces que eran mitad reales,
la otra mitad, denuedos de mi alma.
Bebí el áspero vino que reservan
para el placer
            los bravos.

Sin previo aviso me surgió un sollozo y avergonzado miré en torno si alguien había escuchado. No lo podía haber porque leía en mi casa y no estaba Ernesto.

Unos años antes me había soltado y andado. Me fui de viaje sin ruta ni mapa, cargando una pesada maleta porque no se habían puesto de moda las mochilas o no eran mi estilo. En pleno frío de diciembre, al salir del callejón oscuro (entonces) que va de la Plaza Real a La Rambla de las Flores, en Barcelona, claro, había visto un auto con el conductor adentro, estacionado justo al salir del agujero oscuro y apestoso que era la hoy bullente de vida nocturna y diurna Plaza Real, con olor a orina por los rincones y una fuente central seca y llena de basura. Una multitud paseaba por el camellón central a plenas y frías 11 de la noche, hasta madres con carriolas bien abrigadas. El auto tenía todos los vidrios cerrados, pero se distinguía con claridad la silueta de un hombre joven, así que, con 28 años y entre “goces mitad reales y mitad denuedos de mi alma”, pasé al lado despacio. Movía la mano derecha de arriba abajo, con lentitud, sobre una columna dura bajo un pañuelo blanco y pulcro, de pliegues bien marcados al planchar. Se estaba haciendo una puñeta mientras devoraba con los ojos Las Ramblas. Miré con sonrisa de “¿Te ayudo?” y me lanzó una mirada feroz: él quería coger con todos y todas, hombres, mujeres, árboles, perros, Las Ramblas completas poseídas por él. Respeté su desaforado deseo. Pero no me alejé mucho… por si cambiaba de opinión. No lo hizo.

Cuando volví a la pensión donde estaba alojado, en un primer piso que daba a la tenebrosa y maloliente Plaza Real, escribí eso en un cuaderno. Luego fui añadiendo los trenes italianos llenos de cadetes en servicio militar rumbo a sus casas por Navidad, los mingitorios de la estación romana Términi donde Pasolini se levantaría al joven que lo iba a matar, el jovencito uniformado que se me balanceaba encima al ritmo del tren aprovechando los apretujones junto a las puertas del vagón, Londres, París, el frío húmedo de Atenas: todo en presente simultáneo, sin cumplir con los detalles de un Diario de viaje: un alud de semen y caricias rápidas, un relato sin orillas ni tiempos, con ciudades empalmadas.

Creí que Kavafis me daba el título para ese cuento relativista, einsteiniano, donde todo ocurre en un tiempo de eterno presente y un espacio nunca fijo. Era el final del poema “Anduve”: “El vino de los bravos”. Junté los cuentos de Chile, Brasil y todo lo que era más real que denuedos del alma y le di ese título genérico. Puse el par de versos como epígrafe firmado por Kavafis, sin mencionar a Pacheco por descuido del no habituado al trabajo académico. Salió en la desaparecida Katún, con Yuri de Gortari. Ni siquiera intenté la editorial donde Los días y los años se había convertido en best-seller, ERA, porque ya me habían dicho que mi segunda entrega, Y sigo siendo sola, una novela fársica en torno a la historia de México, “no iba con mi imagen”. Con “El vino de los bravos” le daba con un marro a esa imagen. Ni intentarlo.

Pasaron los años y nunca conocí a José Emilio Pacheco. Quiero decir no nos vimos nunca. Pero tengo con él dos deudas impagables: la dedicatoria ya citada arriba, y el título de mi libro de cuentos El vino de los bravos, que lleva por epígrafe:

“Bebí el áspero vino que reservan
para el placer
            los bravos.”

Al no señalar de quién era la versión ni la edición, con frecuencia me preguntaban de dónde había sacado el epígrafe. Nadie encontraba el poema. Es que José Emilio escribió otro y, créanle a este kavafiano, mejor.

Cuando me lo llevé a Planeta, con el doble de cuentos, cometí el mismo error. Le consta a mi editora, Carmina Rufrancos, que le pedí reparar mi omisión si tenía futuro ese libro de vino aumentado con y unos tequilas. Se fue primero José Emilio.

El poema dice en mi traducción literal:

            Anduve
No me asenté. Por completo me abandoné y anduve.
En los goces, que mitad reales,
mitad búsquedas dentro de mi mente eran,
anduve en la noche iluminada.
Y bebí de vinos fuertes, de los que
beben los viriles del placer.

[1913]

Repito, para comparar, el poema que José Emilio hace suyo y rehace:

            Anduve
No quise atarme. Me solté y anduve.
Anduve por la noche constelada.
Así hallé goces que eran mitad reales,
la otra mitad, denuedos de mi alma.
Bebí el áspero vino que reservan
para el placer
            los bravos.

El poema de José Emilio es otro, es propio, y me gusta más, hasta la idea de quebrar el último verso. Le haría un solo cambio: añadiría la Y de Kavafis: Y bebí el áspero vino…

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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