El delirio... otra vez

publicado el 17 de diciembre de 2012 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

En estas vacaciones puede usted arruinarse la playa asomándose a un abismo: Política y delito y delirio, de José Woldenberg, Cal y Arena. "Una historia siniestra", me pone, que relata el secuestro en 1985 de Arnoldo Martínez Verdugo, ex secretario general del Partido Comunista Mexicano, cuyas aguas confluyeron en el Partido Socialista Unificado de México, PSUM, (luego en el PRD) y candidato a diputado cuando cinco hombres armados lo sacaron de sus oficinas, el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, del que era director.

Los secuestradores dijeron pertenecer al Partido de los Pobres, PDLP, fundado en Guerrero por Lucio Cabañas. Éste había obtenido, en 1974, un rescate de 50 millones por liberar al senador Rubén Figueroa, candidato a gobernador de Guerrero, secuestrado en la sierra.

Allí comienza una historia de dineros enterrados y otros perdidos que se lleva el libro entero. Muerto Lucio Cabañas en tiroteo con el Ejército, hay quienes se reivindican como sus herederos, ideológicos y económicos, tienen un Tribunal Revolucionario y una Brigada de Ajusticiamiento. Exigen la devolución de cinco millones entregados "en resguardo" a un miembro del PC, Félix Bautista, quien al ser secuestrado incurrió en "resistencia a la autoridad revolucionaria".

En respuesta al desplegado "Por la defensa de la vida de Arnoldo Martínez Verdugo", fulmina el Partido de los Pobres:

"El poner en tela de duda (sic) una acción de nuestro Partido, contemplada en nuestros estatutos, como es la ejecución, están soslayando un principio que es el respeto, y se inmiscuyen también en asuntos internos de nuestro Partido...". Muy claro: dudar de la justicia revolucionaria impartida por quienes se denominan Partido de los Pobres es inmiscuirse en sus asuntos internos. Pues sí... ¿y?

Concluyen con un escalofriante: "No ajusticiamos así nada más". No, no: abren un expediente, el acusado tiene defensa ante el Tribunal Revolucionario. Y nadie tiene derecho a rechazar su sentencia. Sus estatutos no incluyen apelación.

Luego de recibir 100 millones en efectivo, entregados por orden del presidente De la Madrid al secretario de Finanzas del PSUM, Jorge Alcocer, el PDLP liberó a Félix Bautista y a Martínez Verdugo. El relato de Alcocer lleva al lector por una novela de misterio: renta de autos, bosques en la niebla, ropa convenida como identificación, millones dejados entre matorrales. No hubiera sido posible tener ese dinero, y en efectivo, "sin la autorización e instrucciones expresas del presidente Miguel de la Madrid. Nunca les agradecimos públicamente por el apoyo para pagar el rescate. Nunca es tarde para hacerlo". Hum... no estoy seguro, Jorge.

¿Historia vieja? Por desgracia no, pues todos los días vemos surgir nuevos "tribunales" que dicen representar al pueblo: negociadores enviados a Atenco por el gobernador del Estado de México, Peña Nieto, atados, golpeados y rociados de gasolina por "el pueblo" representado por Ignacio del Valle y sus macheteros; brigadas justicieras que destrozaron el centro de la capital en su protesta contra el candidato que ganó por 3 millones 300 mil votos: nos siguen sobrando tribunales revolucionarios y brigadas de ajusticiamiento.

Woldenberg hace un relato sin intervenir: notas de prensa, comunicados, actas de sesiones. Y una breve síntesis final.

Va un resumen:

Los puentes entre la política y el delito no son nuevos. Pero en el repaso de los acontecimientos que hace este libro hay un ingrediente extra: el delirio. Esa capacidad para generar una realidad propia, blindada del medio ambiente, cuyas claves sólo tienen los iniciados.

El PDLP no sólo estaba convencido de que cometer delitos estaba justificado por una causa superior. De hecho, para ellos no eran delitos, sino fórmulas legítimas según sus objetivos. Su persuasión de que en aras de la revolución todo le estaba permitido —desde secuestros hasta asesinatos, pasando por la construcción de cárceles del pueblo o juicios revolucionarios— dio pie a un discurso cerrado, enajenado, delirante.

Nadie puede asegurar que no se pueda caer en lo mismo. Cualquiera sugestionado en extremo por sus ideales puede verse en una situación similar. Quizá todo aquel persuadido de tener toda la verdad y de encarnar las metas superiores de los hombres, tarde o temprano acaba lindando con el delirio.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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