No soy historiador, teólogo ni economista / I
columna: «se descubrió que...»
No soy historiador, dice una nota en el diario que tiene por norma no publicar cartas con opiniones no compartidas por la directora. Tampoco soy teólogo, y no me trago las ruedas de molino de la religión en que fui criado ni las de la historia en que fui deformado. Ni economista y no me trago las cuentas del economista legítimo, Fernando Turner.
A pesar de cardenales y teólogos, niego que si hubiera un dios infinitamente poderoso y bueno lance castigos contra los humanos desobedientes, como un diluvio que los ahoga, pero también a perros, caballos, toros, tigres, ardillas sin pecado. ¿Dónde carajos andaba Greenpeace? Al fin Todopoderoso, en menos de un microsegundo habría desaparecido de la faz de la tierra a los malos.
El peor pecado de Lutero, lo crea usted o no, fue traducir la Biblia del latín común al alemán, pues el pueblo no estaba preparado para leer sin guía esa colección de fábulas risibles y pataletas divinas. No sé si lo diga Weber, pero es claro que aprender a leer para leer la Biblia en alemán tuvo consecuencias indeseables para la religión: además del cuento divertido que narra el Génesis, leyeron a Galileo, a Kepler y otros, lo cual produjo, un par de siglos después, la Revolución Industrial en países de lectores, todos protestantes.
¿Leo hebreo bíblico? No. Pero la historia de Noé y el Arca me parece, en términos técnicos y con todo respeto, idiota, infantil, risible. Y desde niño me pregunto cómo consiguió Noé su pareja de canguros australianos, la de osos polares y la de pingüinos. Y por qué salvó ese dios a los delfines, peces y pelícanos, que no se ahogaron. Ni para qué perder el tiempo: es el escrito de un pueblo de pastores de la edad de bronce, aterrados por una inundación que bien pudo ocurrir muy cerca, pues la relatan pueblos vecinos. Quizás fue la ruptura del estrecho puente de tierra que separaba el Mediterráneo de una llanura fértil que hoy es el Mar Negro. En los restos está Constantinopla, que los turcos llaman Estambul. ¿Tengo pruebas? No, ni las busco, pero suena sensato, y tampoco busco el castillo de la Bella Durmiente…
No sé revisar archivos ni lo intento; pero no me trago otra piedra de molino inculcada por otra religión en mi infancia, la Historia de México. Dice que 300 escuálidos españoles, encabezados por un pobre diablo jorobado, sifilítico, chueco y de barbilla sumida (vean el retrato hecho por Diego Rivera en el Palacio Nacional, sin percatarse de la madriza que le pone a los aztecas) llegaron en busca de oro a tierras de un pueblo de recios guerreros, caballeros águila, caballeros tigre, que había levantado un imperio de fábula en sólo 200 años (antes del 1300 de nuestra era estaban en la etapa de cazadores-recolectores, superada en Eurasia y norte de África ¡12 mil años antes!
Estos millones de valerosos guerreros cayeron derrotados por 300 españoles con diez caballos flacos y un cañón sin pólvora, comandados por el jorobado antedicho. Digo: si así hubiera sido, se lo merecían. Pero no fue así: el “impuesto de sangre”, como lo llama Laurette Séjourné, cosechaba jóvenes con el pretexto imperial de alimentar al Sol, así mataban en altares a los mejores guerreros que hubieran podido levantarse en armas contra una tiranía detestada. Fueron los pueblos indios, que odiaban el vasallaje azteca, el “impuesto de juventud”, los que arrasaron Tenochtitlán (le pongo acento).
Hemos heredado un gusto necrofílico por la derrota, el gimoteo, hijos de La Llorona vamos cantando nuestras derrotas. ¿De qué archivos lo saco? De libros de primaria. En los mapas está que recibimos un país que tenía por frontera la de California con Oregón al norte, y Colombia al sur (Panamá era de Colombia). ¿Necesito meterme al Archivo Vaticano para declarar que lo perdimos ante los entonces minúsculos EU? Y para afirmar que ese enorme territorio, mayor al actual México, no desearía volver a ser gobernado por el PRI, PAN, PRD ni mexicano alguno desde el DF, ¿hice una encuesta con bases estadísticas? No. Me basta saber que los mexicanos se van para allá en busca del trabajo y el bienestar que, 150 años después, les niegan las políticas oficiales.
Todo niño mexicano aprende que no hay héroe triunfador: comenzando por Cuauhtémoc que ni siquiera llegó a gobernar; Hidalgo, cuya revuelta duró 10 meses y alejó a muchos independentistas. Lo disimula la Historia de Mármol; pero desde niños sabemos que las cabezas de Hidalgo et alii colgaban de la alhóndiga de Granaditas en jaulas de hierro, en julio del año siguiente. Sé restar.
¿Y por qué insistir en revisar el pasado? Por lo mismo que debemos revisar la religión: meter ideas de infiernos eternos en niños es un delito, es abuso infantil. Y enseñarle que su patria ha ido de derrota en derrota es otro abuso que pagamos con incapacidad para ver éxitos reales, como nuestra amplia clase media, e inventar otros, como el 5 de Mayo.
(Sigue mañana).
artículo relacionado
- 2012 abril 16. No soy historiador, teólogo ni economista / II.
0 animados a opinar:
Publicar un comentario