La Pascua es fiesta pagana

publicado el 12 de abril de 2009 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

Quizá usted haya notado que siempre, sin excepción a la regla, en Semana Santa hay luna llena. No es un milagro: son los restos de la fiesta pagana, lunar y solar, de la resurrección... No, no la de Cristo, la de la Naturaleza.

La Pascua original es fiesta judía (la palabra viene del hebreo Pésaj, cena de cordero y pan sin levadura, rito imitado casi idéntico por las iglesias ortodoxas cristianas y un tanto perdido en la católica). Cristo, judío practicante, ayunó 40 días, luego fue a Jerusalén para celebrar la cena de Pésaj, como ocurrió esa noche en todo hogar de Israel.

Pero, ¿de dónde viene el rito judío de Pésaj? Recordemos: Isaac y sus doce hijos vivían en una tierra, ya prometida, pero todavía no poseída. Isaac, de joven, pelea con un ángel, le gana y en adelante se le llama Israel: “el que lucha con Dios”. Un hijo suyo, José, va a dar a Egipto porque sus hermanos, envidiándole una túnica muy mona, lo venden a mercaderes de Egipto. Allá lo compra un rico llamado Putifar. La mujer de éste acosa al joven José que... sale corriendo... Humm... Lo acusa ella falsamente. Va a la cárcel y allí José adivina sueños al panadero y al copero del faraón.

El copero, liberado, lo recuerda cuando el faraón comienza a tener sueños raros de vacas gordas y flacas. José acierta y el faraón lo hace primer ministro (y guardián de las cosechas para los futuros años de vacas flacas, lo cual es todavía mejor). Llegan a Egipto los otros once hermanos y se reproducen como cuyos.

Quizá en Egipto conocen la sacrílega idea del faraón Aken-atón de que hay un solo dios y los demás son falsos. El caso es que los nietos de Isaac son monoteístas. Los sacerdotes egipcios restituyen el politeísmo y borran al faraón hereje. Nace Moisés y Dios le ordena sacar a su pueblo de Egipto y llevarlo a aquella tierra prometida a Abraham, y de donde habían salido los 12 hermanos. Como el faraón se niega a perder esa mano de obra, Dios le envía plaga tras plaga.

La última plaga es la del Ángel de la Muerte, que mata a todos los primogénitos de Egipto, incluido el hijo del faraón. Pero pasa de largo por aquellas casas que mostraran una señal convenida. Las familias descendientes de Isaac debían cenar cordero con pan sin levadura, permanecer en vigilia toda la noche y, lo más importante, marcar su puerta con la sangre del cordero sacrificado: el ángel pasaría de largo.

Observe usted lo infantil y ridículo del cuento: un ángel debe encontrar una señal en la puerta para no matar al primogénito de los que allí habitan. O sea, los ángeles son un poco estúpidos y no se saben el who’s who. Pero eso cuenta el Éxodo. Muerto el príncipe, el faraón permite que salgan los israelitas, luego se arrepiente, va tras ellos, Moisés abre el mar Rojo, pasa, y lo cierra sobre el ejército de Egipto.

Ninguna parte del Éxodo indica la fecha de la cena y el paso del Ángel de la Muerte. Pero los judíos, al establecerse en la Tierra Prometida, tomaron una fiesta celebrada por todos los pueblos vecinos: el equinoccio de primavera, que es el día del año en que el día alcanza en duración a la noche y son iguales, luego la rebasa y comienzan los días largos. Despojaron la fiesta de su sentido celeste y, sin dato alguno, la atribuyeron a la noche en que Dios los había salvado de la última plaga.

¿Y de dónde tomaron los pueblos paganos su rito de Pascua? La observación de los cielos para determinar el equinoccio de primavera es crucial para todo pueblo agrícola, pues señala el tiempo en que se podrá sembrar sin peligro de heladas. Muchos pueblos antiguos tuvieron calendarios que combinaban los movimientos solares con los lunares. Y una de estas fórmulas es la que asegura el fin de las heladas: el equinoccio (dato solar) y la siguiente luna llena (dato lunar). Así dioses y diosas son servidos y la siembra no corre peligro.

La Semana Santa es movible porque se celebra en la primera luna llena después del equinoccio de primavera. Y es así porque Cristo estaba celebrando Pésaj, Pascua, ese jueves de marras. Y esa fecha no viene en el Éxodo, segundo libro de la Biblia, la tomaron los judíos de cuanto pueblo agrícola esperaba el equinoccio.

Por eso, los dioses que resucitan por esta época son multitud: la griega Perséfone tiene permiso de Plutón para salir... y todo reverdece. El dios trigo debe morir, enterrado, para resucitar (germinar) a los tres días, y dar de comer a su pueblo: una bella imagen poética milenios anterior a Cristo.

Al parecer, los pueblos prehistóricos sacrificaban realmente a un hombre en los campos. Los egipcios preferían un rubio, semejante al trigo, para simbolizar el cuerpo destrozado de Osiris. Para otros era Adonis. Los mexicas sorprendieron a los españoles por el pan de maíz, con forma humana, que tomaban como eucaristía. En la India, Irlanda o Alemania hubo ritos de tipo eucarístico: el pan comido como el cuerpo del dios. Y era un hecho literal porque el trigo o el maíz era un dios.

 



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