Los años y los días

publicado en la revista «nexos»
# 009, septiembre de 1978

 

Antonio Deltoro

 

Luis González de Alba, Los años y los días. México, Ediciones Era, 1970.

Crónica en dos tiempos: tiempo de calle, tiempo de cárcel, manifestaciones y tortura, tiempo de placer y tiempo de destrucción, gritos de alegría y de dolor. Los años y los días, escrito en octubre del 70 en Lecumberri, posee la frescura de lo reciente. El tiempo ha pasado y los hechos que se narran en el libro siguen exhalando una frescura y una ingenuidad que pocas veces un movimiento social en México ha exhalado. Pero han pasado diez años. ¿Qué es lo que se puede ver con la perspectiva del tiempo y que el autor, encerrado en la cárcel física donde fue escrito el libro y en la cárcel de la inmediatez estudiantilista desde la que fue redactado, no pudo ver?

Pese a los cientos de miles de manifestantes, pese a la solidaridad en mercados y camiones, pese a las brigadas, pese a las gorras de ferrocarrileros que el 2 de octubre veía el autor desde el edificio Chihuahua, el movimiento estudiantil quedó atrapado en sí mismo. Se ensanchó, se fue ensanchando en los meses que van de julio a octubre, pero las mismas demandas que lograron reunir a miles de manifestantes, la misma actitud honesta, ingenua y democrática que inundó con las brigadas las calles de la ciudad, la misma "generalidad", la apertura a toda la población que logró atraer a cientos de miles de individuos a su vera, fueron también su trampa y su debilidad inevitable. Ni un solo movimiento, ni un solo sector organizado participó a su lado. ¿Las causas? El control charro, sí, pero también los abismos de clase y de lenguaje que no se pudieron saltar la despolitización y la ingenuidad, el democratismo a ultranza del movimiento.

Los años y los días habla de esto con elocuencia: todos somos el CNH, los representantes se limitan a llevar los acuerdos del CNH a las asambleas y viceversa: fusión entre dirigentes y dirigidos. Pero ¿hubo dirigentes y dirigidos en 68? Fue una democracia perfecta, que funcionó en los momentos de auge. Pero en los momentos de retroceso ¿funcionó? ¿Hubo un intento de que entre las demandas generales del movimiento se colaran algunas concretas, capaces de movilizar a los obreros? ¿Y si lo hubo por qué fracasó? ¿Era ese el papel del movimiento? González de Alba no se hace estas preguntas: ¿se las hizo alguien durante el movimiento?, ¿nos las estamos haciendo nosotros, precisamente porque el movimiento las ha hecho posibles?

En el libro de González de Alba lo cárcel no es sino la caricatura de este aislamiento de la realidad global de México que entonces padecieron los estudiantes. Sin las energías que les proporcionaba el auge del movimiento, aislados de las bases, los dirigentes se "apandaron" en un microcosmos dentro de otro microcosmos; se pelearon, sustituyeron el análisis político con la dialéctica primitiva de la fidelidad y de la traición, de la cobardía y de la valentía, de las pequeñas historias. No se plantearon seriamente, no pudieron hacerlo, desde esa universidad que se dice es la cárcel, la autocrítica del movimiento; no, por lo menos, en el libro de González de Alba.

Algunos sí lo hicieron, sí: los que una vez salidos de la cárcel trataron de romper este aislamiento que los separaba del pueblo; los que se dedicaron a estudiar los cientos de porqués que planteó y sigue planteando el movimiento estudiantil. Para ellos la cárcel, el movimiento, fue una universidad para salir de la universidad.

Nada de esto, sin embargo, es una crítica de Los años y los días. Haría falta espacio para enumerar sus virtudes. La principal de ellas es que aunque se trata de un libro escrito por un dirigente, logra transmitir lo que fue el movimiento para miles: un lugar donde todos se hundieron completos, donde se comprometieron sin muchos análisis políticos, con pocos recovecos en la cabeza y en el corazón, con mucha espontaneidad y alegría.

Lo que mejor define al movimiento es justamente su movimiento; su esencia no está en las demandas que se propuso, en sus visiones y análisis, sino en que puso en marcha, a toda voz, lo que antes estaba latente, silencioso. Cientos de miles gritaron lo que opinaban de "su" gobierno y de su manera de hacer política, cientos de miles dijeron: el silencio aquí no es esencia, es rabia contenida, es represión, es impotencia, pero es también la antesala de las explosiones. 68 fue una de ellas.

Si no me he alejado lo suficiente de 68, si 68 me tiene aún congelado, es por la eficacia del libro, gracias a él me retumba todavía la manifestación del silencio.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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