¿Es la ciencia (sólo) literatura?

publicado el 10 de noviembre de 1996 en «La Jornada»

 

Todos los lunes, los lectores de La Jornada pueden entrar a "La ciencia en la calle", la singular columna en la que Luis González de Alba se ocupa del cosmos con amenidad y agudeza. En este ensayo, el autor de Los días y los años revisa la intrincada relación entre la ciencia y la literatura. Abrimos así nuestro dossier científico, acompañado con ilustraciones de Mauricio Gómez-Morín.

 

¿Hay algo allí afuera?

La ciencia provee fascinantes narraciones acerca del universo", dice Paul Feyerabend, filósofo austriaco, en entrevista con John Horgan en Scientific American (268, 5). Concluye que "los científicos modernos son el equivalente de los antiguos animadores, como los contadores de mitos, los trovadores y los bufones de corte". Feyerabend es, con Thomas Kuhn y Karl Popper, uno de los filósofos que han revisado más a fondo los conceptos tradicionales acerca de la ciencia y la verdad científica. Los tres la han dejado maltrecha. Recordemos que para Kuhn la ciencia no se acerca paulatinamente a la verdad, simplemente cambia. En esto, la ciencia se asemeja a la vida, pues la biología evolutiva ha abandonado la noción teleológica según la cual las especies avanzan hacia un fin. "Ése fue el aspecto más difícil y molesto de la teoría de Darwin", dice Kuhn al término de su obra. Y él hace otro tanto con la ciencia en general: "Es probable que debamos renunciar a la noción de que los cambios de paradigma llevan a los científicos, y a quienes aprenden de ellos, cada vez más cerca de la verdad", remata. Por su lado, Popper sostiene que ninguna teoría puede ser demostrada, si acaso puede ser refutada. Y así la ciencia pierde su más firme pilar: la noción de verdad.

Replica Steven Weinberg, uno de los grandes físicos de este siglo: "algunos filósofos y sociólogos han llegado tan lejos como a sostener que los principios científicos son, por completo o en parte, construcciones sociales" (Sc.Am. 271, 4), esto es, reglas arbitrarias como las que conforman las cláusulas de un contrato. Así vista, la ciencia sería literatura, sin más criterio de validez que la belleza de sus construcciones. Las leyes de la naturaleza, si acaso las hay, no serían alcanzables por la ciencia. La postura contraria sostiene que el conocimiento es verdadero cuando concuerda con la realidad, frase a la que, de inmediato, se le pueden plantear objeciones.

No sé qué sea eso

Una de tales objeciones, quizá la más claramente expresada, viene nada menos que de Stephen Hawking, en su discusión con Roger Penrose sobre la naturaleza del espacio y el tiempo: "Yo no pido que una teoría corresponda con la realidad porque no sé qué sea eso." Y termina con una frase que recuerda a Heisenberg: "Todo lo que me importa es que la teoría prediga los resultados de las mediciones". Cuando la física cuántica comenzó a presentar un mundo inconcebible para el sentido común y para Einstein, quien le opuso las mejores objeciones alguna vez imaginadas, la respuesta de Niels Bohr y Werner Heisenberg fue en el sentido de que la física cuántica y sus absurdos no se referían a la realidad, sino al conocimiento que tenemos de la realidad. Sostiene Heisenberg que "la cuestión de si las partículas (subatómicas, como el electrón) existen en sí en el espacio y en el tiempo no puede ya plantearse en esta forma". Recordemos un poco a Kant. Nos dice que al ver un árbol éste se proyecta en mi conciencia, pero ignoro todavía, e ignoraré para siempre, lo que es el árbol-en-sí. De manera similar, responden Bohr y Heisenberg, tendemos a suponer que existen las partículas-en-sí, además de su descripción matemática. Otro de los grandes físicos de este siglo, cofundador de la cuántica, Erwin Schroedinger, asesta el siguiente golpe: "Kant es el responsable de esta extravagancia." ¿Cuál? La de preguntarse si en realidad el mundo subatómico es como dicen las ecuaciones. La frase de Hawking es menos sofisticada, y extendiéndola diría: no sé si las descripciones científicas correspondan con la realidad porque no sé qué sea la realidad. Es la postura positivista, como el mismo Hawking lo explicita: "Estas conferencias han mostrado muy claramente la diferencia entre Roger y yo. él es un platónico y yo soy un positivista." En efecto, la discusión no es nueva y la comenzó Platón.

Einstein siempre argumentó que debería existir un mundo real, le recuerda Penrose a Hawking, mundo que no necesariamente estaría representado por las matemáticas de la física, mientras que Bohr insistía en que estas ecuaciones no describen un micromundo "real", sino únicamente "conocimiento" útil para hacer predicciones. Postura casi idéntica a la de Hawking.

La belleza o el conocimiento

El criterio de belleza y no el "conocimiento objetivo", sea eso lo que sea, es la guía que conduce a la ciencia, sostiene George Johnson, un gran divulgador científico, en su obra Fire in the Mind: Science, Faith and the Search for Order, (Fuego en la mente: Ciencia, fe y la búsqueda de orden), libro analizado por John Horgan en The Sciences (36, 3), con el retador título que podría traducirse: "Dudas acerca de las dudas acerca de la ciencia". Allí Horgan, uno de los escritores permanentes de Scientific American, expresa su admiración por Johnson en términos como estos: "Me hizo darme cuenta, para mi consternación, de cuán pobremente había yo asido la interpretación de la mecánica cuántica como onda-piloto hecha por el físico David Bohm." Luego, entrando a las dudas acerca de las dudas, Horgan explica: "Johnson también sugiere que la física moderna pudiera ser en algún sentido una confabulación ingeniosa, efectiva de seguro, pero sólo una de las muchas posibles alternativas." Un ejemplo: "Una teoría requiere de una partícula y se da una carrera para encontrarla. Se construye el detector y luego se afina y reafina, y he aquí, mire usted, que el efecto predicho es observado; el efecto, no la partícula misma, que pudo no haber vivido suficiente para dejar un rastro." Así que, cuando los físicos eligen una interpretación de sus observaciones por encima de otra, lo hacen principalmente por razones estéticas, concluye el autor de Fuego en la mente. Los físicos "¿han descubierto la mecánica cuántica ­pregunta Johnson­, o la han imaginado?" Tras de citar al periodista científico, Horgan replica que existen descubrimientos al parecer inevitables e irrevocables, como son la detección de los átomos, de los elementos y de las galaxias. "Los astrónomos han establecido que nuestro Sol es sólo una de muchas estrellas, que la Vía Láctea es una entre miles de millones de galaxias. Es un descubrimiento tan irrefutable como la redondez de la Tierra que toda la materia está hecha de elementos, que todos los elementos están hechos de átomos y que los átomos están, a su vez, compuestos de aún más pequeñas entidades, los electrones, protones y neutrones. Seguramente Johnson acepta estos hallazgos como hechos."

En el mismo sentido de Johnson, encontramos que el fundamento mismo de la materia según el modelo estándar, los quarks, se encuentran en ese estado según el cual no estamos seguros de si fueron descubiertos o fueron inventados y son entonces un bello juego de abalorios matemáticos. Propuestos en 1964 de manera independiente por Murray Gell-Mann, Yuval Ne'eman y George Zweig, gustaron porque regresaba la física a la sencillez de los primeros modelos atómicos basados en sólo tres partículas. Hoy "el zoológico de partículas alcanza los centenares", dice el físico nuclear Timothy Paul Smith en The Sciences (36, 4). Y no es que una teoría con centenares de partículas básicas sea necesariamente falsa, es que es fea. Pero si esos centenares resultaban a su vez compuestos por tres quarks, la física volvía a su elegancia inicial. Ahora ya son seis los quarks, pero con seis la teoría aún no pierde su elegancia. Sin embargo, está claro que los siguientes, de haberlos, no serían bienvenidos. Más aún, algunos resultados de muy reciente observación han llevado a plantear la posibilidad de que el propio quark tenga estructura, posibilidad aterradora, pues el mundo subatómico comenzaría a parecerse a las matriushkas, esas muñequitas rusas de madera con una dentro de otra dentro de otra dentro de otra. De nuevo, no nos gusta, no porque pueda ser falso, sino porque ya es feo.

Ciencia no refutable

Bien, pero aun en el caso de que el quark resulte el límite inferior de la materia, "nadie ha observado jamás un quark libre", dice el mismo autor. Y es posible que nadie lo observe jamás por lo siguiente: los quarks están unidos por una de las cuatro fuerzas de la naturaleza, la fuerza fuerte (aunque suene mal) o fuerza de color (que suena peor). Sabemos desde Planck que la energía viene en paquetes y no en chorro continuo. Los paquetes de otra de las cuatro fuerzas, la electromagnética (la luz es una de sus expresiones), se llaman fotones; los de fuerza fuerte se llaman gluones, por glue, "goma". Los gluones pegan los quarks como si fueran resortes que pueden estirarse y permitir así una cierta separación de los quarks en un neutrón o un protón. Con aceleradores de partículas podría, teóricamente, romperse un protón en sus tres quarks constituyentes, de la misma manera que se rompe el núcleo atómico en sus protones y neutrones constituyentes. Ya se ha conseguido que los quarks de un protón alcancen órbitas más altas. Así se crea una partícula con mayor masa que el protón, un roper, por el apellido de su descubridor, que no es sino un protón excitado al absorber la energía de partículas lanzadas contra él por un acelerador. Pero, he aquí el gran pero, si quisiéramos continuar ese proceso con el protón excitado, o roper, hasta separar sus quarks, unidos por los gluones, la energía necesaria sería tanta que, de acuerdo a la famosa fórmula de Einstein, esa energía se materializaría dando origen a nuevos quarks. Resulta así que una parte de la teoría más exacta producida alguna vez ¡no es refutable! Y el concepto de refutabilidad, o "falsación", como a veces se traduce, le ha servido enormemente a la ciencia para distinguir lo científico de lo no científico. Por ejemplo, la afirmación: "En la galaxia de Andrómeda existe un planeta poblado por centauros", en sí misma no es en principio imposible, pues de hecho es seguro que todas las galaxias tengan estrellas con planetas y podría haber seres mitad humano y mitad caballo, porque dicha anatomía tampoco es imposible. Pero, ¿cómo comprobaremos su veracidad o su falsedad? Otra: "En el centro del Sol habita un espíritu y se llama Ilías." Demuestre usted que no es así. Son afirmaciones no refutables. Pues bien, por lo que ya vimos, la teoría de los quarks tampoco es refutable, ya que la igualdad entre la materia y la energía nos impedirá siempre la observación de un quark libre. Serán por siempre un bello postulado... no refutable, y si todo lo que no es refutable no es científico, los elementos básicos de la más alta creación del espíritu científico no son científicos.

El concepto de ciencia

En un espléndido artículo publicado en estas mismas páginas, "El bien y las ciencias sociales", Porfirio Miranda hace notar: "Me parece que subyace ingenuidad en lo que significa que algo es científico.En primer lugar notemos que el concepto de ciencia es y tiene que ser a priori; no puede recabarse generalizando lo que hacen las disciplinas llamadas ciencias." Las bellas narraciones de la ciencia se distinguen de la literatura porque son descripciones estrictamente apegadas a los hechos, se nos dice hace tiempo. Y por lo mismo, sostenemos que la historia es una ciencia, aunque social. Luego, las leyes de la ciencia deben derivarse lógicamente de la observación de los hechos. Parece una afirmación sólida como un monumento. No lo es. Oigamos a Miranda: "Ningún número finito de observaciones permite afirmar un 'todos' o un 'siempre', que son palabras imprescindibles en la formulación de una ley [...] 'no hay ni un solo enunciado que sea pura experiencia'. Quien ante cierto animal individual dice 'tigre', dice mucho más de lo que está viendo [...] La teoría vienesa de la ciencia, que dice que ésta debe basarse en pura experiencia y lógica, resultó ser a priori, pues la ciencia real no procede así." Entonces, cuando afirmamos que un procedimiento, un método, un hecho, un dato, son científicos, lo hacemos "en nombre de una idea preconcebida de lo que es científico, la cual podría ser muy verdadera, pero es a priori". El concepto de ciencia se tiene desde antes. Eso significa cuando decimos que es a priori. ¿Y en cuanto al respeto por los hechos? Cita Miranda: "El criterio de Popper ignora la notable tenacidad de las teorías científicas. Los científicos tienen la piel gruesa. No abandonan una teoría simplemente porque los hechos la contradigan. Normalmente, o bien inventan alguna hipótesis de rescate para explicar lo que ellos llaman después 'una simple anomalía' o, si no pueden explicar la anomalía, la ignoran y centran su atención en otros problemas."

Ay, Epiménides otra vez

En otro deslumbrante artículo, "La farsa llamada escepticismo", también en este suplemento, Porfirio Miranda se refiere a una popular formulación de la ciencia: "Sólo lo empíricamente demostrable es científico." Nos ocurrirá con esta en apariencia intachable afirmación, como con la paradoja de Epiménides el cretense, quien dijo: "todos los cretenses son mentirosos". Así pues, si aceptamos que "sólo lo empíricamente demostrable es científico", enseguida deberemos reconocer que esa afirmación no es científica, porque no es empíricamente demostrable que "sólo lo empíricamente demostrable es científico".

Ciencia en la literatura

Los científicos no siempre escriben buena literatura y los literatos no siempre aciertan en sus descripciones científicas. Scott Fitzgerald, en su Gran Gatsby, describe repetidamente un enorme anuncio de oculista. Dice: "Los ojos del Doctor T.J. Eckleburg son azules y gigantes, sus retinas tienen un metro de alto..." Cualquiera puede puntualizar que Gatsby no ve las retinas, parte interior del ojo, lo azul es el iris. Un magnífico divulgador de la ciencia, Martin Gardner, quien mantuvo en Scientific American una divertida sección mensual durante años, publicó recientemente una recopilación de errores cometidos por grandes autores de la que cito algunos ejemplos a continuación: William Golding, en su popular novela El Señor de las Moscas hace que el líder infantil, Ralph, tenga la magnífica ocurrencia de encender fuego con los lentes del gordo Piggy; pero, observa Gardner lo que otros no observamos al leer esa bella obra: Piggy es miope, por lo tanto sus lentes deben ser convexos y únicamente los cóncavos enfocan la luz. "Golding comete un error aún peor en el capítulo cinco. El sol se acaba de poner, las estrellas han aparecido y una rebanada de luna se levanta sobre el horizonte. Golding, quien se especializó en ciencia en Oxford antes de cambiar hacia la literatura, debería haber sabido que una luna saliendo tras el ocaso tieneque ser luna llena", comenta Gardner. En Las Minas del Rey Salomón, de Rider Haggard, ocurre un eclipse de sol durante la luna llena, y la oscuridad dura hora y media. En todo eclipse la luna es nueva, negra, invisible, pues tiene al sol atrás, y los eclipses duran pocos minutos. Coleridge, en The Ancient Mariner, comete el error de Golding y lo supera, pues no sólo la luna tiene cuernos al salir tras el ocaso, sino que tiene "una estrella brillante adentro". Las observaciones de Gardner llevan a releer La llama doble, de Octavio Paz. Sus reflexiones sobre el big bang añaden un aspecto metafísico y una hermosa comparación con el caos de los neoplatónicos; pero como en Fitzgerald, Coleridge, Seferis y otros grandes, el entusiasmo o la licencia poética produce un tropezón, pues eleva a "millones de millones de años" las consecuencias de lo que llama, con hermosa expresión, "fiat lux instantáneo": el big bang (o gran pum, como quien esto escribe recomienda traducir hace ya 10 años). De ese gran bang de la nada hace apenas 15 mil millones de años.

Lucrecio y Hawking

Desde Lucrecio y sus siete mil versos acerca De la Naturaleza de las Cosas, hasta The Demon- Haunted de Carl Sagan y The Nature of Space and Time, de Steven Hawking y Roger Penrose, pasando por los intentos divulgadores de Einstein, Schroedinger, Weinberg y Gamow, o los Diálogos de Galileo, ciencia y literatura no han tenido una coexistencia pacífica. Siempre parecerá pedante señalarle a Fitzgerald que las retinas no se ven, pero, además, resulta literariamente intrascendente, pues nada quita a la belleza de su novela. La recreación de la vida social por los niños náufragosde un avionazo, se mantiene tan estremecedora como siempre, sean los lentes de Piggy cóncavos o convexos. En cambio, cuando los científicos escriben sobre sus propias obras, pueden resultar tediosos como Einstein; o peor aún, al intentar reflexionar sobre la ciencia misma, recibir fulgurantes réplicas como la que dirige Mortimer Adler, jefe del consejo editorial de la Enciclopedia Británica, contra el gran Steven Hawking, a quien llama "filosóficamente naïve y teológicamente ignorante" en Natural Theology, Chance, and God (Great Books, 1992). Señala cinco puntos importantes contra A Brief History of Time, la popular obra de Hawking, quien tiene en Cambridge la cátedra de Newton. El quinto señalamiento, o "error central" en esa obra, "error compartido por muchos otros grandes físicos en el siglo veinte, [es] el error de decir que lo que no puede ser medidopor físicos, no existe en realidad" (op.cit.). Adler concluye con un término que Hawking se prohibe a sí mismo emplear, pues ya vimos antes que en su debate con Penrose es tajante respecto de la realidad: "no sé qué sea eso". Lo cual nos regresa al inicio de este artículo: "la ciencia provee fascinantes narraciones acerca del universo..."

Giorgos Seferis comete un error semejante en "Solsticio de Verano". Dicen los dos primeros versos, en traducción de Jaime García Terrés: "El mayor de los soles en un lado/ y del otro luna nueva." La luna nueva o invisible se produce cuando está del mismo lado que el Sol. Debo reconocer que dudé del traductor, pero en el original Seferis dice, en efecto, neo feggari ("luna nueva").

 

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