De la vida

publicado el 22 de mayo de 1995 en «La Jornada»
columna: «la ciencia en la calle»

 

Conversación frente al mar

Podrían haber sido padre e hijo. El primero quizá astrónomo, pues explicó detenidamente algunas casualidades necesarias para que existiera la materia. El joven había afirmada de pronto:

—Tuvieron que darse muchas casualidades para que existiera lavida— dijo quizá motivado por el espectáculo de vida que es el mar, la playa con bañistas, las palmeras, el amor al cruzarse las miradas.

—Peor aún: tuvieron que darse casualidades absolutamente improbables para que existiera la materia...— Ennumeró algunas y de alguna forma llegaron a cómo la luminosidad del día es producto de la atmósfera, pues sin ella el sol sería un disco brillante en un cielo negro. —Sin aire no habría nada que iluminar, los objetos brillarían en su cara iluminada y serían negros en la sombreada.

Un bañista cercano decidió intervenir: —Perdón que me entrometa, pero ¿saben ustedes por qué la luna es más útil que el sol?... Porque ilumina de noche, en cambio el sol no sirve para nada porque sólo sale de día...

Los tres rieron mucho. El tercero siguió nadando, volviendo a disculparse por la interrupción y por escuchar la conversación.

Definir la vida

No tenemos una buena definición de vida. En la escuela aprendimos que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pero eso es válido sólo para los más parecidos a nosotros. Ni siquiera nuestras propias células, las que hacen nuestros cuerpos, se ajustan a esa definición, pues ni nacen ni mueren: se parten en dos cuando llega el momento. La muerte, como el sexo, son invenciones recientes de la vida y las células no las conocen. Esta es una de esas afirmaciones al estilo y la Biblia tenía razón, pues muerte y sexo eran desconocidos para la vida primitiva, como en el Génesis. Los cristales, en cambio, que nadie considera seres vivos, crecen y de cierta manera se reproducen. No así los virus, en la frontera de lo viviente, pues no se reproducen sino que son producidos por las células a las que infectan. El fatídico Ebola con sus hemorragias descontroladas, y el VIH, responsable del sida, (salvo que Duesberg tenga razón), son cosas a las que no se aplican nuestros conceptos acerca de la vida.

La piedad

Una invención aún más reciente de la vida, es la piedad: sólo la especie humana se apiada por sus semejantes y por los diferentes. Ni siquiera el amor nos resulta exclusivo: los perros pueden adorar a sus amos, los gansos se emparejan de por vida en relaciones homo o heterosexuales. Otros primates expresan amor y no únicamente cuidado por sus crías, y su pérdida puede llevar a una madre gorila a la desesperación. Pero sólo nosotros nos preocupamos por los demás animales y las plantas. Desde nuestro punto de vista, plagado por la novedosa piedad, la organización de la vida puede resultar abominable, fría, cruel: la araña envuelve en su tela a la mosca y, aún viva, comienza plácidamente a sorber sus linfas; la zebra alcanza a mirar con ojos desorbitados por el horror sus propias tripas ya mordisqueadas por el león y sus leoncitos encantadores. Si en vez de ser producto del azar, la vida hubiera sido organizada así por alguien, será lo que sea, menos bondadoso.

El silencio

El menor guardó silencio.

—Quizá sea todopoderoso, pero bueno no es— insistió el mayor. No recuerdo dónde dice Thomas Mann que la vida es una enfermedad de la materia.

—Y tanto que te gustan los mejillones por los que vamos siempre.

—Los pobres mejillones son estúpidos, pero los pulpos son muy inteligentes y...y hasta las plantas se defienden de ser comidas, ahí están los chayotes, algunas hasta se avisan cuando hay un agresor, exhalan...
—...
—...

Sonrieron y quedó dicho lo que las palabras ocultaban.

La vida en la literatura

"La enfermera, llevando la cesta en el brazo estirado, como si fuera una silleta, abrió la puerta de una gran sala excesivamente caldeada. En el aire impregnado de olor a alcohol y a yodoformo, ásperos berridos subían en espiral de otras cestas colocadas a lo largo de las paredes verdosas. Al dejar la cesta en el suelo le echó una mirada con los labios fruncidos. El recién nacido se retorcía débilmente entre algodones como un hervidero de gusanos".

—¿Qué está leyendo?

—Una novela que tengo sin abrir hace años: Manhattan Transfer. ¿Recuerdas Canal Street el verano del año pasado? Pues oye cómo era idéntica a principios de siglo. Y leyó un párrafo mientras el joven miraba algo distraído hacia un mar muy distinto al de los muelles con inmigrantes recién llegados a Manhattan.

 

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