Se hablan, luego complotan

publicado el 20 de septiembre de 2004 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

El presidente Fox, el procurador y el presidente de la Suprema Corte tratan un asunto grave (o varios) y con ello producen una tormenta en los medios. "¿Desde cuándo la relación entre políticos de distinto signo partidario, de distintas formaciones e ideologías, de diferentes estratos de poder debe ser estigmatizada?", se pregunta Jorge Fernández Menéndez.

¿Desde cuándo? Desde que los sesentayocheros nos negamos a sostener reuniones que pudieron haber destrabado aquel conflicto. Vimos transa en todo intento de negociación y nos atamos al cuello el ancla del "diálogo público" para nadar en plena tormenta. Elevamos a categoría de virtud cívica la pureza de quien no se contamina hablando con otras partes del conflicto. El vicio frívolo de nuestra prensa y nuestra clase gobernante fue heredado del 68: todo diálogo está condenado de antemano si no se da ante cámaras y micrófonos. Es una frivolidad propia de nuestra época reducir toda reunión, junta, desayuno o guiño, a una transa de malos contra buenos. Es también un acto de soberbia en la prensa: lo que no ocurra ante nosotros no debe ocurrir. Y tiene mucho de voyerismo, de espionaje por el hoyo de la cerradura.

Cuando el primer CEU (Consejo Estudiantil Universitario), integrado en su totalidad por hijos de sesentayocheros, entre ellos su dirigente Carlos Ímaz, logró el primer diálogo público, vimos en el auditorio Justo Sierra la función que debía resolver el conflicto con la UNAM entre reflectores y cámaras: una competencia para lograr la frase más aguda, la ironía, el sarcasmo, el choteo que mejor arrancara el aplauso "del respetable", del público que atiborraba el auditorio para ver sangre, no para oír razones, a veces complejas y, sobre todo, aburridas. Allí estaban los hijos superando a sus padres al obtener lo que éstos no habían podido: diálogo público. Y allí se podía contemplar en todo su esplendor la frivolidad de cada banderillero en traje de luces, haciendo sus mejores giros verbales sobre las puntas de sus zapatillas antes de clavar la pulla en el morro de "las autoridades". Fue lamentable. Un desperdicio de tiempo y talento que, mejor empleados, pudieron haber transformado la UNAM, todavía a la espera de aquella reforma ofrendada en el altar de la publicidad, la prensa y el público.

Cito de nuevo a Jorge por su precisión: "El propio procurador capitalino Bernardo Bátiz, ha tenido que reconocer que su jefe, López Obrador, se ha reunido en muchas ocasiones con los miembros de la Corte; es pública y notoria la amistad y cercanía del propio Andrés Manuel con el ex presidente de la Corte y actual magistrado, Genaro David Góngora Pimentel, con quien se reúne muy frecuentemente y nunca se ha pedido, por ello, que Góngora Pimentel deje de ser miembro de la Corte o se abstenga de votar en casos que involucren al GDF o a su jefe de Gobierno. Es legítimo y legal que los interesados puedan entrevistarse con los miembros de la Corte (o del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación) que llevan un caso de su interés para tratar de exponerles sus posiciones y opiniones."

A diferencia de Fernández Menéndez, a mí me irritó el tono denunciante de Carlos Marín al relatar, como quien descubre micrófonos ocultos en el edificio Watergate, una reunión entre miembros de los diversos poderes, que debería verse, si no estuviéramos infectados de complotismo, como un acto simple y habitual, sin valor para una nota. Escandaloso sería que no se reunieran, que no hablaran, que no se consultaran. "Se reúnen, luego complotan", parecía decir el director. No lo dijo, aclaro. Y repito: no-lo-dijo. Pero la forma es fondo y el sólo hecho de relatar que vi desayunando a dos personajes lleva cola aunque mi nota no exponga juicio de valor alguno y me limite a señalar que comían chilaquiles. Insinúo por el hecho simple de hacer el asunto, trivial en sí mismo, tema de una nota. Lo normal sería pensar ¿y? Se vieron el Presidente de la República y el de la Suprema Corte, ¿y? ¿Cuál es la sorpresa? ¿Por qué nos lo cuentan? ¿Por qué es noticia?

Resulta como publicar: ayer estuvieron en la función del ballet folklórico de Amalia Hernández el caricaturista Paco Calderón, el escritor González de Alba, el periodista Pablo Hiriart y, en un palco privado, oculto y con peluca, Carlos Salinas. ¡Zas! Complot, aunque se aclare que se sentaron en diversas filas... mmm, al sagaz observador-reportero no lo engañan. Pillines. (Doy el debido crédito a Marín como autor de la broma en la que se basa este párrafo). Así es como se dice sin decir, se avienta la piedra sin piedra, se aplaude con una sola mano como en el koan del zen inefable.

Vosotros

Las ocurrencias de la SEP han producido que los niños mexicanos ya no entiendan el Himno Nacional. "Mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad..." ¿Aprestad? Sí, como amad, robad, complotad. Lo entendemos quienes aprendimos los pronombres así: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos. Y ya. Simple y llano. Nada de "tú o usted", "él o ella", "nosotros o nosotras", "ellos o ellas"...

Tampoco pueden comprender nuestros jóvenes a sor Juana: "Hombres necios que acusáis..." A la cuarta palabra del poema ya se atoraron: ¿...ais? ¿qué significa "acusáis"? Ocurrencias en Hacienda, ocurrencias en la SEP, en las soluciones viales, en política exterior, en segundos pisos, en ciclovías. Todo se hace sobre las rodillas y con caprichos de "reina por un día". ¿No Pablo Gómez —mancuerna de Bartlett en la negativa a que los mexicanos podamos extraer nuestro gas y procesar nuestro petróleo, con o sin el gobierno— confunde por escrito los carbohidratos con los hidrocarburos? Como aquella gorda en película de Fellini que rechaza otro plato de espagueti porque el doctor le quitó los hidrocarburos. (Y la experta de MILENIO en hebreo tituló al revés el pasado viernes las dos palabras con las que ejemplifica la cábala). Carajo.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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