En busca de Volpi

publicado el 02 de junio de 2003 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

Yo no sé qué me quieren decir cuando afirman que soy fotogénico —dijo hace ya unos 25 años Salvador Elizondo en el Centro Mexicano de Escritores. ¿Que soy en realidad más feo de lo que aparezco en las fotografías? Bueno, pues no sé si me halagan o me insultan.

—¿Se han fijado —dijo hace días Carlos Torres ante la insistencia de mi amigo, otro Carlos, en fotografiarlo con su nuevo juguete digital— en que a veces nos encontramos fatales en una fotografía y luego, diez años después, exclamamos: ¡pero qué bien me veía yo aquí!

La observación, entre ostras y vinos de Pièd de Cochon, no tuvo más intención que la expresada. Pero al salir y ser nuevamente fotografiados por Carlos (el mío) ante Les Halles, yo iba pensando en otra fotografía: la que hace Jorge Volpi de mi generación.

Fui un lector entusiasta de En busca de Klingsor, la estupenda novela anterior de Volpi, aunque me sería difícil separar hasta qué punto mi pasmo ante la física cuántica fue un elemento extraliterario, lo cual dije alguna vez a Christopher Domínguez. En resumen: la leí de un tirón en un par de días y me asombró.

Ante la perspectiva de un vuelo de 10 horas me compré El fin de la locura con la certeza de terminarlo al llegar a Madrid. No fue así porque hice lectura lenta: allí estaba esa fotografía de nosotros, reconocible al menos por mí en muchos aspectos que mis coetáneos niegan: la turba de infantes caprichosos y la torpeza de su euforia, los labios abiertos, los rostros maltrechos, las lenguas desatadas... según la descripción de apenas la primera página. Es una foto verdadera, pues así debieron de vernos muchos adultos, como el narrador ficticio, un maduro psicoanalista mexicano, Aníbal Quevedo, atrapado en el mayo parisino de 1968. Toda foto es parcial y creo hipócritas las observaciones del tipo "criticas el régimen de Fidel Castro, pero no te has referido al asesinato de Colosio...", o al fraude electoral del 88 o... etcétera. Hipócritas porque no se atreven a defender a su amado, pero de esa manera, como los males y los déspotas del mundo son tantos, y no es posible enlistarlos a todos, no debe uno tampoco mencionar los crímenes de Fidel (o de quien se desee defender con ese método falaz).

Pero al término de las casi 500 páginas, los distintos narradores ficticios no han podido observar el aspecto más rescatable del 68 mundial, que no fue "la Revolución", sino lo señalado por Octavio Paz en Itinerario: "...el elemento orgiástico, de gran bacanal o fiesta ritual (del 68 mundial). Los jóvenes exaltaron al placer y al erotismo como dos fuentes de creación y de libertad. 1968 fue una subversión y, también, una representación: la Fiesta enmascarada de Revolución". (Quienes me han leído saben que estoy haciendo trampa: cito a Paz para no autocitarme).

Cuando el poeta publicó esta apreciación en un número de la revista Proceso, detuvo el alud de injurias que Monsiváis me dirigía, sesgada y arteramente, como es su costumbre, a causa de mi artículo "La fiesta y la tragedia" en Nexos, a propósito de los 25 años del 68.

El narrador de Volpi se "convierte" a la izquierda por el amor de una mujer y a partir de ese momento no sabemos quién es el políticamente correcto, Volpi o Quevedo, pues desfilan Castro, el Subcomediante y otros iconos, entre ellos nada menos que uno apellidado (y sin nombre) "Monsiváis", todos tratados con formas que parecen tomadas de Saramago o del propio Monsiváis, el real, el que alaba en público todo lo alabable y restringe su ironía para las conversaciones telefónicas a las 8 de la mañana.

Por supuesto que un autor puede hacer personajes que no piensen como él.

En España hay ahora mismo un escándalo políticamente correcto porque la directora de algo que se llama, creo, Instituto de la Mujer, propietaria de una editorial, publicó un libro donde el autor forja un personaje, un violador, que sostiene, en primera persona, que es injusto el trato a los violadores, pues finalmente es mejor violar a una mujer y dejarla viva que matarla y no violarla.

Pero cuando todos los diversos narradores ficticios forjados por Volpi dicen cosas tan crudas contra gente en la que ya sólo algunos creen, como los estructuralistas franceses, y en cambio cuando están en el filo de la navaja actual son tan sensatos como artículo de La Jornada, uno comienza a sospechar de Volpi y a buscarlo entre líneas.

Los descuidos

Y luego vienen los descuidos. Para quien de seguro se leyó un centenar de obras ilegibles resulta imperdonable que no se le vaya una liebre, como al mejor cazador, sino un elefante: la mujer por la que Aníbal Quevedo se vuelve izquierdoso lo conduce a conocer a sus amigos el día en que vuelven los enfrentamientos en el Barrio Latino y se declara una huelga "ilimitada", dice ella o dice Volpi. "¿Otros revoltosos como tú?", la provoca Aníbal.
—Exactamente. "¿Y al menos podrías decirme por qué protestan?"
—Para denunciar la opresión capitalista. Para mostrar las contradicciones de esta sociedad de mierda...
Hasta aquí, buena reproducción del lenguaje de ayer y de hoy, de Perelló al Mosh, pero luego añade: "Para oponernos a la guerra de Vietnam y a la ocupación soviética de Praga", dice, en mayo, una Claire que adivina lo que ocurrirá en agosto, el 20 de agosto exactamente: la ocupación de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia y el final de la Primavera de Praga encabezada por Dubcek.

Y luego, ¿volver a leer sobre el fraude de 1988? ¿Es Volpi o Quevedo o Claire quien repite el viejo tema? Algunos de quienes más entusiasmados estuvimos con el Frente Democrático creemos que hubo fraude para darle a Salinas una votación superior al 50 por ciento, pero que nuestro candidato perdió. Y lo dijimos desde entonces.

Tampoco podían faltar las más trilladas críticas a Salinas, aunque los lectores no sepamos cómo el psicoanalista del Presidente sea un cardenista tan recalcitrante que se niegue a llamarlo Presidente en una reunión relatada por "Christopher Domínguez".

A diferencia de mi generación, comparto con Volpi el desencanto ante Foucault, el pasmo ante el fraude de Althusser y Lacan. Pero en Guadalajara, a los muchachos mayores que golpean presas fáciles en el recreo, los llamamos "pichoneros". El pichonero más famoso de México es Monsiváis. Se le junta Volpi.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

0 animados a opinar:

 

 

ÍNDICE DEL BLOG

milenio diario

la crónica de hoy

la jornada

revistas

misceláneo

 

etiquetas:


pasaron por aquí


la plantilla de este blog es el "pizarrin" donde, durante sus ratos de ocio, eltemibledani hace sus pininos modificando el xhtml fuente.

páginas vistas

desquehacerados