Lo que el PRI nos hizo

publicado el 26 de agosto de 2002 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

La noticia es escalofriante: no hay manera de impedir el ingreso de contrabando, aunque las empresas nacionales lo resientan como un cáncer. Simplemente el país no tiene los medios para hacerlo: las policías se han corrompido todas y no hay quien pare un tráiler cargado de ropa china porque quien sea que vaya llegará a un arreglo. Se lo dijo Gil Díaz al presidente Fox frente al procurador. Lo sabíamos todos. Lo sufrimos todos.

Esto significa que el problema central no radica en la incapacidad técnica mostrada a diario por todas nuestras fuerzas públicas para detener el delito, lo cual sería remediable con asesoría y entrenamiento para formar investigadores de primera clase. El asunto es que no tenemos a quién llamar, nos falta el material humano para formar policías. ¿Es México un país de corruptos? Lo decía el candidato presidencial López Portillo: "La corrupción somos todos". El naufragio de nuestras policías parece apuntar a un debilidad nacional de carácter.

Otro síntoma en el mismo sentido es que no hay medida que no levante protestas: que se sancionará por tirar basura en el centro de Guadalajara... ¿y dónde quieren que mis hijos tiren el sobre de la paleta? Tampoco la autoridad pone los medios para cumplir la norma. No se puede tirar basura, pero es raro encontrar botes; no se puede orinar en la calle, pero nuestras ciudades no tienen mingitorios públicos. Muchos parques tampoco. ¿A qué obliga la autoridad a los paseantes? A mear de prisa junto a un árbol. Si nos pesca un policía, nos arreglamos. No aprendemos a cumplir una sencilla norma porque no se puede cumplir. Así nos han educado, así es el país. Éste es un sencillo ejemplo de lo que el PRI nos ha hecho a todos, incluidos los militantes en partidos de oposición: nos canceló como ciudadanos y nos llevó a la sumisión o al berrinche y la pataleta. ¿Cómo lo hizo? Con dádivas y golpes.

Contaba algún defensor de los estudiantes presos en 68 (no recuerdo cuál), que los jurados, como los vemos en el cine y la TV, se habían eliminado porque siempre dejaban en libertad a los delincuentes. Bastaba una historia lacrimosa, y el multihomicida era declarado non-guilty, para horror de los jueces. Y seguimos igual: que se acabe la delincuencia, pero sin aplicar la fuerza de la ley. El régimen priista nos enseñó que la aplicación de la ley siempre era excesiva o arbitraria.

Palos y besos

Los 70 años del PRI en el gobierno, por cierto, no son el infierno que el presidente Fox quisiera: hubo crecimiento económico, nada espectacular ni superior al de Taiwán o Corea, y hubo relativa paz... si descontamos algunas matanzas. Pero el entonces partido oficial consiguió esas regulares metas a un alto precio: nos deformó a todos los mexicanos. Somos un pueblo similar a los hijos de "madre esquizofrenizante". Este tipo de madre golpea en exceso y apapacha en exceso. Es toda dulzura y cumplimiento de caprichos y otro día se convierte en vendaval de palos por quítame allá estas pajas. No estaba de humor.

El molde en que fuimos vaciados en la infancia fue el de un gobierno benevolente que atendía nuestras demandas si quería y las presentábamos con sumisión y sobre todo con paciencia. Pero ese pastor fue terrible con la oveja descarriada: con los partidos de oposición, con los discrepantes, con las disidencias sindicales, hasta con el exigente.

Los mexicanos no parecíamos tener derechos establecidos en las leyes (aunque allí estaban), sino obsequios de la autoridad. Así se conformó una élite de la clase obrera, una burocracia inmensa y hereditaria porque sus descendientes tienen privilegio sobre las plazas nuevas o la del difunto.

Libertad, sí pero no

"No permitiremos el ingreso de capital privado a la producción de electricidad", dice el PRI; "no permitiremos la exhibición de esa película", exclama la Iglesia católica; "no permitiremos hamburguesas en el sacrosanto corazón de Oaxaca", dicen los intelectuales cursis.

Por la salud de su rebaño, los obispos intentaron prohibir una película. Por la salud del suyo, el pintor Francisco Toledo pide la prohibición de un McDonald’s. Pastores iguales. ¿Dónde quedó la derecha y dónde la izquierda? ¿Cuál es cuál?

El PRI y la Iglesia católica se llevaron de maravilla en los tiempos de la simulación religiosa porque son similares: el uno y la otra se suponen guardianes de un rebaño al que deben proteger hasta de sí mismo (e igual pensaron los partidos comunistas en el poder) y así fue como al alimón crearon un país de menores de edad y carente de ciudadanos. La Iglesia lo dice claro: la grey católica, el rebaño, el pastor del rebaño. El PRI lo dice con otro lenguaje, pero es también el vigilante de lo que llaman "los altos intereses de la Nación". Y con el PRI, su primogénito, el PRD. Sólo en boca de obispos, del senador priista Bartlett y del diputado perredista Martí Batres escuchamos la frase contundente "no permitiremos...". Ellos son la nación.

Los reglamentos municipales señalan en dónde se puede abrir un restorán y en dónde no. En lo que llaman "plano regulador" las calles permisivas se pintan de un color, las habitacionales y restrictivas, de otro. ¿Se puede o no abrir un negocio de alimentos en determinada calle de Oaxaca? Si los reglamentos lo permiten, se abre. Y si no, no, como sentenció el famoso alcalde de Lagos: "El que tenga puerco que lo amarre, y el que no, pues no." Y si son tacos o hamburguesas debe ser indiferente para la ley. Los turistas y ciudadanos deciden, en última instancia. El negocio que rechazan, quiebra; el que no, prospera.

¿De dónde sacan las autoridades que la población debe votar el sí o el no a las hamburguesas? ¿Hay negocios para los que rigen otras leyes? La población podría ser convocada para cambios drásticos y generales: si se modifica el uso de suelo en una avenida histórica, por ejemplo. Pero, una vez hecha la modificación vale para todos: chinos, negros y azules.

Guadalajara, tierra pozolera, no ha visto cerrar ni una pozolería por el gran número de McDonald’s y otras hamburgueserías. Cada quien escoge a su propio riesgo: una mac nunca produce diarrea. Un pozole, a veces. El cliente elige.

La mayor exhibición de fariseísmo es que el promotor del rechazo a un McDonald’s en tierra sagrada, el pintor Francisco Toledo, venda sus cuadros en buenos McDólares en el mercado globalizado del arte. Y esa globalización no le parezca mal. ¿O me equivoco? Si Toledo vende sus obras recorriendo los portales de la venerable Oaxaca, vuelo enseguida por dos docenas de litografías.

Que la globalización le permita, pues, a Toledo vender sus productos en París o Tokio y a McDonald’s se le apliquen los reglamentos municipales. ¿No es una obviedad? Parece que no, cuando desconocemos la ética elemental del ciudadano.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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