La pérdida de la fe

publicado el 18 de marzo de 2002 en «La Crónica de hoy»
columna: «la ciencia y la calle»

 

No sólo el canciller Jorge Castañeda, también otros centenares de miles, millones de personas en el mundo entero, pasamos de la admiración por Fidel Castro a la decepción, y de la decepción a la abierta repulsión de su política. Hacia 1965 era normal que quienes deseábamos un mundo mejor viéramos en el régimen cubano un ejemplo para el futuro. Fidel tenía 6 años en el poder, Latinoamérica estaba llena de dictadores, en México estaba prohibido el rock.

Cualquier persona honesta deseaba entregar 6 meses de su vida para ir a alfabetizar mexicanos sin acceso a la educación. Cuba refulgía en nuestra imaginación como un ininterrumpido campamento de boy scouts y el descenso epifánico de la libertad y la justicia sobre el planeta. Yo vivía con mi único tío materno, un hombre rico e inteligente, y tenía respuestas vigorosas a todas sus objeciones: "¿Y entonces por qué la gente huye?" "Porque son burgueses, tío".

Pasaron 10 años y fue comenzando a ser raro que todavía quedaran burgueses en Cuba para seguir huyendo, en tablas y casi a nado, a Miami. Dejaron de ser burgueses y los llamamos "gusanos". Sin más, sin explicación alguna. Puesto que ya no podían ser los antiguos ricos despojados por la Revolución, tenían que ser alguna especie de enfermos incomprensibles. Cuba acuñó el término "antisociales" y con la palabra lo explicó todo. Mi entusiasmo decreció, pero no mi fe ni la de millares: Fidel seguía siendo motivo de cantos y manifestaciones de apoyo.

Pasaron otros 10 años y fui a Cuba a un congreso internacional de psicología, enviado por la UNAM como representante de esa Facultad. La Habana era una belleza arquitectónica, como todos sabíamos, pero algo así como Tonalá en 1952: farmacias con aparadores donde el único producto exhibido era una vieja lata de pomada con moscas muertas encima, zapaterías con estantes vacíos, calles maravillosamente exentas de coches. La respuesta venía con certidumbre de dogma: pinches gringos y su bloqueo.

Sonrisas heladas

Pero luego comenzaron a suceder cosas raras. Al reservar en el restaurante típico que todo turista debe visitar, nos avisaron que deberíamos pagar en dólares. Estuvimos de acuerdo, aunque sorprendidos. Al pedir un taxi ocurrió lo mismo: se debía pagar en la moneda del enemigo feroz y sanguinario. Fuimos a tomar helados y la cola era inmensa: helados del estado; luego subimos al Habana Libre a disfrutar de los famosos mojitos: pago en dólares. La sonrisa se nos fue desvaneciendo a los mexicanos. Pero faltaba lo peor: un jovencito me llama y, entregándome un puñado de dólares, me pide que le compre un pantalón vaquero en la única tienda que los expende. Le pregunto por qué no entra él y lo hace. No puede porque es cubano: la tienda le está vedada. Pero dije mal, todavía faltaba lo peor, que vino después: paseando por el malecón, otro jovencito adolescente nos da alcance, saca conversación, que si éramos mexicanos... sí, bueno... Entonces lo dijo: su hermana, que sólo tenía 15 años, estaba por allí cerca, en un cuarto, y nos la ofrecía por, creo, 10 dólares... cada uno. Nos sonrojamos, apresuramos el paso. Entonces cambió la oferta: se ofreció él por un precio menor. Ya era 1986 y ese joven había sido educado bajo los lineamientos y la moral revolucionaria. Ahora todo el mundo sabe que Cuba es el burdel más barato del planeta y donde la gente es más bella. Se organizan excursiones sexuales desde todos los países y no hay quien vuelva insatisfecho.

En una reunión de quienes por entonces estábamos en el PSUM, ancestro del PRD, tuve entre los invitados al muy estimable Enrique Jackson, un priista de esos que ni parecen. Nos oyó largamente hacer relatos como los que acabo de escribir y luego no pudo más, se volvió al amigo con quien había llegado (y futuro gobernador), y en un silencio de ese desolador intercambio de amarguras, dejó caer un buen comentario final: ¿Y te acuerdas, Fulano, de cuánto nos insultaban a ti y a mí por decir lo mismo hace apenas unos años? Todos lo vimos con simpatía. En efecto, les debíamos una disculpa.

La navaja de Occam

El pasado mes de enero, más de un centenar de legisladores mexicanos fueron invitados por Cuba a viajar, comer, beber, bailar... y todo lo demás. Pagaba el hambriento pueblo cubano que se prostituye por una blusa, por un pantalón usado. Creyeron nuestros satisfechos legisladores que la parranda había sido gratis, pero ya les llegó la hora de pagar: ante la inminente condena en Ginebra del régimen que sofoca a los cubanos hace ya 43 eternos años —más que nuestro Porfirio Díaz, más que Francisco Franco, más que Somoza, más que Pinochet, más que Pérez Jiménez, más que Duvalier, más que Trujillo, más que ningún otro dictador en el mundo— Fidel Castro quiere conseguir con su arrebato una posición mexicana más favorable en Ginebra. ¿Pero qué ofrece a cambio? ¿Qué interés tiene México, como no sea el emotivo, el fraterno, en las relaciones con Cuba? Ofrece algo muy valioso ante cierta prensa mexicana, ante caricaturistas como Hernández, de Milenio, ante comentaristas La Jornada style: ofrece el magnánimo perdón del tirano para que cesen los ataques contra el primer gobierno mexicano libremente elegido desde 1911. A una palabra de Castro, la tormenta acabaría.

Pero el régimen del tirano, en afán de injuriar, metió gravemente la pata. Con lenguaje nauseabundo y rastrero, Granma, la voz de Fidel Castro, dice que éste jamás ha mentido. Pues lo ha hecho, al menos, en alguna de dos ocasiones: al negar el entrenamiento de guerrilleros mexicanos, como ha negado por decenios, o al sostener que dio entrenamiento guerrillero al hoy canciller, Jorge Castañeda. La voz de Fidel comete otra pifia, ésta ideológica, pues no sólo se descobija y exhibe que sí ha entrenado guerrilleros mexicanos, sino que abre un boquete en el ateísmo militante del Estado cubano cuando llama "diabólico" al canciller de México. Curiosos ateos los que creen en el diablo.

Pero más curiosos nuestros legisladores viajeros que creen que el imperio se anda con remilgos y con voz baja o modosa para impedir la presencia de Castro en una junta a la que asistirá el presidente Bush. El mismo diario Granma ha recordado que en tiempos de Reagan, ese presidente exigió, pública y abiertamente, la ausencia de Castro. Y le cumplió su imposición el régimen priista de entonces.

Es ridículo suponer que Bush, quien no tuvo empacho en aceptar "uno que otro" bombardeo sobre civiles en Afganistán, pase papelitos por abajo de la mesa a Fox. Nuestros legisladores tampoco lo creen. Pero están pagando los mojitos habaneros y las demás delicias que ofrece la isla. ¿O sólo aprovechan el viaje para atacar al nuevo régimen? Esta hipótesis resulta más sencilla. En política, como en ciencia, debemos aplicar la "navaja de Occam" o canon de parsimonia: el rasurado de las hipótesis excesivas. Es más parsimonioso, más simple, pensar que nuestros legisladores son oportunistas: contra el régimen, lo que sea, a costa de lo que sea.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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