Occidente: la serpiente mordiendo su cola

publicado el 15 de octubre de 2001 en «La Crónica de hoy»
columna: «la ciencia y la calle»

 

La grandeza de Occidente: la democracia, la ciencia y los derechos humanos, son también su debilidad. Occidente creó la idea de la igualdad entre todos los seres humanos, pero le seguimos echando en cara sus viejas dudas. Fue el cristianismo quien extendió por el mundo la idea judía de un Dios imparcial, salvo cierta inclinación por el pobre.

De Occidente surgió la idea de que todos los humanos teníamos los mismos derechos, idea estrafalaria en China, India o América precolombina. De la idea griega del hombre, del Derecho romano y de la patrística cristiana surgió el humanismo del Renacimiento; de ese humanismo surgió la ciencia moderna y de ésta las revoluciones industriales que abarataron bienes y servicios hasta hacerlos accesibles a los parias.

Fueron europeos inmigrados a América del Norte los primeros en poner a prueba las ideas de los enciclopedistas franceses, que sonaban utópicas y necias: ¿elegir al representante de la nación? ¿Y dar voto a todo el mundo, incluyendo los mugrosos, los analfabetas? Atendiendo a estos laureles del espíritu humano, resulta difícil localizar la fuente de culpas que atribula a Occidente, pero la civilización occidental se ha llenado de contriciones y remordimientos.

Occidente creó la idea fantástica del amor, de la pareja que se elige sin dictados sociales. Postuló una todavía precaria igualdad entre hombres y mujeres, inconcebible, aún ahora, en el mundo árabe. Exigió libertad religiosa, idea sacrílega en otras culturas; libertad de comercio, libertad de expresión para la palabra hablada o escrita, en arte y en ciencia.

Resistencias. No fue fácil ni tampoco incruento. Hubo hoguera para Servet y para Giordano Bruno, para miles de mujeres y hombres que comenzaron a pensar sin dogmas. Hubo Santa Inquisición, revoluciones, terror, guillotina, las peores guerras. Pero también hubo la rara idea de que hasta en la guerra hay límites, y se organizaron convenciones, se intentaron reglas. En ninguna otra parte del mundo ocurrió algo semejante: sólo en Occidente existe el criminal de guerra porque únicamente en Occidente no es admisible que quien gane, gana todo y quien pierda, pierde todo.

Sólo Occidente se ha recriminado sus conquistas territoriales, sus dudas sobre la humanidad de seres recién descubiertos y nunca sospechados, como los indios americanos y los indígenas australianos. La inclemencia era natural en gente que había elegido la guerra y no la escritura de sonetos (aunque, a veces, también escribieron como los grandes de su tiempo), pero también hubo fray Bartolomé de las Casas y los jesuitas del Paraguay y Vasco de Quiroga.

Porque sólo Occidente llegó a la conclusión de que todos los seres humanos son iguales, sólo Occidente se culpa y ve crímenes contra pueblos donde esos mismos pueblos, a su vez, no veían sino conquistas gloriosas. Los aztecas no imaginaron el odio que habían sembrado entre los pueblos sojuzgados por ellos; para haberlo imaginado habrían tenido que arribar a la noción de igualdad, a un humanismo. Las masacres realizadas por Occidente le cuestan graves remordimientos porque predica la igualdad y la libertad. A otras culturas, sus masacres les parecen admirables victorias.

Por ese camino llegó Occidente a la creación de la ciencia moderna, y, con la ciencia la tecnología, y con la tecnología la industria, la riqueza, la abundancia. El escaparate de Occidente atrae las miradas de todos los pueblos porque son falsas las teorías parisinas sobre la igualdad de las culturas. ¿Con qué indicadores podemos medir a las culturas? Con uno y muy sencillo: con el bienestar que producen. Una cultura es superior cuando es deseada, es inferior cuando es abandonada. Así de claro lo dice la gente que huye de unas buscando otras.

Crimen y maldad los ha habido y los habrá siempre. Pero únicamente una porción de la humanidad se muerde las uñas y se da azotes cuando los comete, y son los países en donde surgió la idea judeo–cristiana del amor al desvalido, al pobre, al diferente. Sólo Occidente sufre cuando realiza canalladas porque sólo Occidente ha definido ciertas proezas y heroísmos como canalladas.

El remordimiento es obra del conocimiento, como en la leyenda bíblica de Adán. Es el conocimiento, fruto prohibido, lo que a Occidente no deja en paz. La sangre que otros derraman con entera candidez y muestran como signo de orgullo, a Occidente le cuesta, cuando incurre en otro tanto, infinitos martirios interiores. Esa es su grandeza hasta cuando se equivoca. No hay asomo de comparación entre la prensa de Occidente, llena de voces discordantes, batallas por las ideas, reproches a sus gobiernos, y la gris sumisión de otras regiones.

El sentido de la inmigración. Hay un alud de inmigrantes que abandonan África y América Latina para internarse, a riesgo de sus vidas, en países que los sociólogos posmodernos definen como iguales o hasta inferiores a los que el inmigrante deja. Unos pocos europeos y estadunidenses, casi siempre jóvenes, se calzan huaraches y visten bermudas para seguir la dirección opuesta. Huyen de Occidente y su tecnología como lo hicieron sus padres, los beatniks y los hippies. Se cuentan por decenas. Los que llegan a las metrópolis industriales se cuentan por decenas... de millones.

¿Hace falta otro argumento para probar que la democracia, la tecnología y la ciencia occidentales son un bien deseado por quienes cruzan el estrecho de Gibraltar, el río Bravo y los desiertos de Asia Central para instalarse en Madrid, París, Londres o Los Ángeles?

En fin: los intelectuales occidentales padecen un curioso afán antioccidental que es producto, precisamente, de la escala de valores, occidental, con la que ajustician rigoristamente a la civilización productora de esos valores; sin Declaración Universal de los Derechos Humanos no exigirían respeto a civilizaciones que no los respetan. Son la serpiente que se devora por la cola.

¿Censura?. Es obvio que la televisión estadunidense no debería pasar, así como simples noticias, los llamados de los talibanes a matar a todo gringuito que un musulmán, en los propios Estados Unidos, se encuentre en el supermercado. Son llamados a la carnicería entre ciudadanos de un mismo país. No es censura, es sensatez. Si alguien coloca un cartel en mi casa con un tiro al blanco y el imperativo: dispare aquí, ¿arrancarlo va contra la libertad de expresión?

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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