Nuestros genes nos creen en la edad de la piedra

publicado el 19 de diciembre de 2010 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

El debate acerca de si una conducta surge de la biología o del aprendizaje social es casi siempre un sinsentido: se entrecruzan. No porque lo aprendido pase a los genes, lo cual no ocurre, sino porque las conductas útiles son salvaguardadas. Eso nos ocurre a humanos o peces. No acabamos de aceptar la herida a nuestro orgullo que nos hace parte del reino animal, y no la mejor ni la corona.

Hay un famoso experimento que no podemos realizar en niños sin ir a la cárcel, pero sí en nuestros primos chimpancés de los que apenas nos separa un 2 por ciento de los genes. Los chimps y los niños tienen miedo a las víboras y a lo que se le parezca. Luego, es respuesta genética para salvarnos de un animal peligroso. No, no, dice la socióloga, es una conducta aprendida.

Va pues así: a un chimp bebé que no ha visto otro animal que su madre, se le separa de ella, luego se le presenta una serpiente no venenosa o una de hule. El chimp estira la mano para tocar eso y revisarlo. ¿Ya ven? No es genético. Esperen un poco: luego se le reúne con su madre y se vuelve a meter la víbora: la madre pega de gritos y saltos, se cuelga de la lámpara (en su defecto, de los barrotes de su jaula)... el bebé chimp la imita y salta a la espalda de su madre mirando con ojos desorbitados el animal rastrero. ¿Ya ven?: aprendió de su madre que hay peligro.

Luego se hace algo muy cruel con la madre: se le enseña a temer un objeto cualquiera, una pelota, digamos. Es fácil: cada que la pelota aparece, la chimp recibe descargas eléctricas en el piso de su jaula, conductismo vil. Una vez que está así condicionada, se incluye al bebé chimp, se les deja un rato de amorosos cariños y... aparece la pelota. La madre pega de alaridos, aterrorizada se cuelga de los barrotes, mira con pánico la pelota, aúlla... y su bebé chimp simplemente la mira con expresión de "Mi madre está muy pinche loca." Y tiende la manita para coger la pelota y jugar.

Esto indica que aprendemos un temor para el que ya tenemos una antigua disposición que nos salvó de las víboras, no de las pelotas. Actuó la selección natural: los seres vivos que no tuvieron una posible respuesta innata sencillamente murieron al curiosear al animalito largo con un cascabel en la cola. Ese miedo todavía virtual, escondido en el genoma, produjo animales que sobrevivieron y transmitieron esa herencia genética.

Por eso la respuesta de la madre despierta el aviso en un caso y no lo hace en otro: sencillamente, porque ningún animal ha sobrevivido gracias al miedo por un objeto redondo.

Bien, investigadores del Instituto Salk en La Jolla acaban de publicar en Nature algo que se podría llamar "genética de la obesidad". El equipo conducido por Marc Montminy afirma: "Como humanos, desarrollamos formas para lidiar con la hambruna, lo hacemos por medio de genes como el CRTC3 que retardan la quema de grasa. Personas con estos ‘genes ahorrativos’ tuvieron ventaja para sobrevivir largos períodos sin alimento." El especial cuidado de la naturaleza a sus hembras provee de mayores depósitos a las mujeres.

Pero la globalización hace que tengamos trigo de Argentina cuando aquí está helando y mandemos maíz a Canadá cuando allá está helando. El tomate se pone barato o caro, según, pero hay.

La idea, dicen los autores, fue propuesta en los años 60, mucho antes de que algún genoma fuera secuenciado. Esos genes que nos salvaron de morir de hambre cuando éramos cazadores-recolectores y ningún helicóptero llegaba arrojando costales de alimento, ahora hacen depósitos de grasa para años de vacas flacas... que no llegan. Y engordamos.

Los depósitos de grasa los formamos sobre todo en el llamado tejido adiposo blanco, que se forma alrededor de la cintura, caderas y muslos con el fin de guardar reservas que nunca serán pedidas. Las pruebas genéticas realizadas en California con personas de origen mexicano reveló cómo una mutación activa del gen CRTC3 mostraban una mayor incidencia de obesidad. "No todos los mexico-americanos con esa variante desarrollaron obesidad, pero quienes la tenían mostraron un mayor riesgo".

"El estudio ilustra un importante principio (yo diría obviedad): que lo genéticamente ventajoso en una cultura o contexto histórico puede no serlo en otro contexto". Todos hemos visto personas sufrir con dietas y seguir gordas y a flacos que comen de todo: yo soy uno de esos felices que jamás piensan en las calorías de una hamburguesa con papas.

Por otra parte, no toda grasa es perjudicial y conduce a diabetes o enfermedades cardiovasculares. La llamada "grasa café" es muy diferente, hace notar Youngsup Song: "El tejido de grasa café quema grasa acumulada en el tejido de grasa blanca para generar calor y mantener la temperatura corporal". Ese rasgo, ahora tan deseable, nos pondría en serias dificultades en la edad de piedra.

Hum... quizá por allí venga la explicación de cómo tenemos el segundo lugar mundial en gordos.

Contacto: Gina Kirchweger.

¿Novela? El sol de la tarde (Quimera, 2010).

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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