Dios III

publicado el 26 de septiembre de 2010 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

Va de nuevo el Dios de Baruch (Benedicto o Benito) Spinoza (1632-1677): "Por Dios entiendo un ente absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos de los que cada uno expresa una esencia eterna e infinita." No es un Dios personal, no cumple deseos, no cuida hijos de sus devotos, no encuentra llaves perdidas.

Observemos, primero que se adelanta 250 años a Cantor, el matemático de los números transfinitos, al postular un infinito hecho de infinitos. Veamos: ¿cuántos números pares hay? Infinitos. ¿Y cuántos nones? Infinitos. ¿Y cuántos pares y nones? Infinitos. Pero, ¿hay más números naturales (1,2,3...) que pares o nones? No, porque cualquier subconjunto lo puedo numerar con los naturales. ¿Y si incluyo todos los que hay en una recta, los reales? Entonces no los puedo numerar. Luego, hay infinitos más grandes que otros: los que puedo localizar en una recta son más que los naturales.

Para expresar la totalidad de los enteros (su cardinalidad), Cantor eligió la primera letra del alfabeto hebreo, álef, y la llamó álef-cero, el más pequeño de los transfinitos. Dejen ver si sale:?0.

¿Existe ese ente descrito por Spinoza? No es asunto de la ciencia: ésta lo que ha hecho es explicar la Naturaleza sin recurrir a dioses, espíritus ni Dios único. Ha ido iluminando territorios que fueron posesión de la religión. Pero nunca negará, para el creyente, que Dios exista (y cada quien le pone características a su gusto y lo llama fe). La ciencia no niega tampoco la existencia de sirenas: se limita a no mencionarlas entre las especies conocidas. Probar una negación es tarea lógicamente inabordable: ni la revisión milímetro a milímetro de los fondos y fosas marinas sin hallar sirenas sería prueba. Busque los artículos deducción e inducción en su enciclopedia favorita.

De ahí que los científicos hayan podido creer en Dios, sin hacerlo parte de sus teorías. La necesidad de Dios es un tema filosófico muy entretenido. Busque el "argumento ontológico". Pero el argumento del reloj y el relojero es trivial y hasta un creyente sin mucha filosofía lo derriba. Fue expuesto en su Teología natural por el obispo William Paley en 1802. Nos dice que si hay un reloj es que hubo un relojero.

Un lector desmontó el domingo pasado con agudeza y claridad el sustrato lógico. Lo amplío: un reloj es un aparato no sujeto a las leyes de la biología y la evolución. Los relojes no se reproducen ni lanzan a la existencia relojes con mutaciones (favorables y desfavorables) sobre las que la selección natural ejerza presión y los perfeccione. En cambio la evolución se comprueba todos los días en organismos de reproducción rápida, como las bacterias y virus que se vuelven resistentes a medicamentos: en ellos vemos cómo un "reloj" se transforma en otro y en otro hasta darnos un "reloj", una bacteria, totalmente distinta... que ningún relojero fabricó. Una magnífica exposición de Richard Dawkins, El relojero ciego, presenta con sencillez la evolución por selección natural de lo sencillo a lo muy complejo. Sólo necesita reproducción y mutaciones.

La lenta suma de resultados probables da por resultado estructuras biológicas muy improbables. Tal suma de pequeños acercamientos no ocurre en los relojes. Un creyente y sólido filósofo, Mortimer Adler, editor de The Great Ideas Today, de Britannica, plantea: "Dios no es el divino artífice, y el cosmos no es una divina obra de arte. La creación de relojes, obras de arte o la procreación de hijos son modos, transformaciones del ser y no surgen de la nada. En cambio, si Dios creó el cosmos, lo sacó de la nada": ex nihilo. Para eso debemos admitir que hubo algo previo eterno e increado: Dios. Pues entonces, dice Carl Sagan, si de cualquier forma vamos a tener que recurrir a un ser increado y eterno, digamos que es el universo, y nos ahorramos un paso.

¿Y qué busco en estos berenjenales? Muy sencillo: desbrozar el campo de la ciencia y mostrar que la fe es territorio aparte. En 1613 escribió Kepler lleno de angustia: "No hay nada que quisiera resolver hace más tiempo y con mayor urgencia que esto: ¿Puedo encontrar a Dios, a quien casi puedo asir con mis propias manos al mirar el universo y también en mí mismo?", cita Owen Gingerich en The Great Books de la Britannica. Pero las leyes de Kepler para las órbitas planetarias no recurren a Dios. Einstein lo llamaba "El Viejo" y era el definido por Spinoza. Son científicos para los que Dios es una hipótesis que no necesitan para llegar a sus conclusiones, como dijo Laplace a Napoleón. Mejor aún: es una hipótesis que se prohíben emplear porque dejarían el terreno de la ciencia.

Siempre podemos intentar lirismos: una prueba de la existencia de Dios es Mozart, dice una amiga. Y escuchando el Agnus Dei de la Misa de la Coronación, el Rex del Réquiem, le doy razón. Pero no es el Dios personal del Diluvio que manda un Hijo a redimir quién sabe qué pecados.

Mi revisión de la Historia de México: Las mentiras de mis maestros (Cal y Arena).

 

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