Paidofilia hay buena y mala

publicado el 11 de octubre de 2009 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

Aclaración en salud: es criminal el adulto que, por ser sacerdote, maestro, tío, tía o simplemente adulto, obtiene por la fuerza, la amenaza o el engaño favores sexuales de menores que no se los concederían sin esa violencia; como es delito que el patrón exija favores sexuales al subordinado, con el sexo que sea uno y otro. Es un abuso de poder, una forma de prepotencia. Pero es un hecho, y conozco de cerca varios casos, que hay adolescentes a quienes les atraen sexualmente los adultos.

La actual condena a toda relación entre adultos y menores, hasta cuando son consentidas, es moda reciente que nos viene del extraño puritanismo gringo. Asombra que el país con la mejor calidad y mayor cantidad en producción de pornografía y juguetes sexuales, el país donde nació el dark room de los bares gays, sea tan gazmoño en cuanto a la sexualidad adolescente y llegue a ejecutar abominaciones como el encarcelamiento de una joven de 17 años que se la mamó a su amigo de 16. Recordemos el caso, bellísimo, de la maestra embarazada por su alumno de 14 años, encarcelada, y cómo el joven esperó el fin de la condena para casarse con ella.

Una gran novela, La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, describe el mundo de la prostitución varonil adolescente. Suma varios tabúes porque hay además homosexualidad y minoría de edad. Peor aún: son jovencitos que también se alquilan para matar, sicarios. Los temas aparecen sin condena alguna, hechos cotidianos. El conflicto que estremece la novela es otro: el adulto Fernando oye con escalofrío que el menor de turno fue quien asesinó al menor que adoraba.

¿Hace apología con esa falta de moraleja? El tema de las relaciones sexuales entre adultos y menores, sean homo o heterosexuales, se ha vuelto tabú por la misma vía que tenemos la absurda guerra contra las drogas. La condena a ciegas del adulto olvida un hecho: hay menores seductores de adultos. Lo sé por conocimiento directo.

Uno de estos casos aparece en mi novela Cielo de Invierno: un casi niño seduce choferes de taxis, de los llamados ruleteros en la ciudad donde creció porque siguen un circuito fijo. Siendo un pre-adolescente de gran belleza, siempre los consigue. Hasta que un chofer se le enamora y comienza a buscarlo rondando su casa. Eso lo asusta por las implicaciones familiares.

En El sol de la tarde (edición destruida por estar plagada de cambios no autorizados por mí) el personaje principal es un joven treintañero paidófilo (prefiero con ai, como se escribe en griego, y no con e, como se pronuncia, porque suena muy feo en español). También es un caso real y lo viví yo. ¿Hago apología de la paidofilia? Es la simple descripción de un personaje que, cuando otro adulto joven le ofrece la posibilidad de una relación amorosa, exclama con tristeza y sarcasmo: "Quisiera ser un homosexual normal... como tú... jeje..." El conflicto se ve, sin condena alguna, en la exclamación: "¡Carajo! David, ¿por qué no tienes trece años? ¡Estaría perdidamente enamorado de ti!"

Toda la literatura toca precisamente esos conflictos entre la moral de una época y los conflictos personales: si la obra de García Márquez, Memoria de mis putas tristes que ha desatado polémica, es apología de la paidofilia entonces deberemos concluir, necesariamente, que Madame Bovary y Ana Karénina lo son del adulterio, salvo porque, moraleja: acaban mal.

Cuando yo tenía unos 35 años, vivía en el DF, daba clases en la UNAM y nadaba todos los días, alguna vez me topé en los vestidores con la mirada lujuriosa de un jovencito no mayor de 15 años que, para empezar, no tenía por qué estar en la CU, donde no hay escuela secundaria. Me vestí y salí. Cada diez metros volteaba y el jovencito, que venía siguiéndome, se detenía y miraba con atención la punta de sus zapatos. Así por media CU. Pregunto: ¿No hubiera merecido ese jovencito, que se exponía a ser insultado y hasta golpeado por el adulto, no hubiera merecido más bien un "ándale pues, te lo ganaste..."? ¿Y qué juez me lo habría creído?

El asunto lo traté hace años en un libro de ensayos titulado Los derechos de los malos. De allí extraigo: "La minoría de edad concierne a dos negaciones: 1. La negación a decidir sobre el empleo del propio cuerpo. 2. La negación a decidir sobre la conducción del cuerpo social". Y añado: por la segunda negación los menores no pueden votar. Por la primera, no pueden coger.

Repito: el adulto que abusa de su poder para conseguir por la fuerza lo que el menor no le daría es un delincuente. El que le da al menor lo que éste pide es un protector de la infancia, como otra maestra, encarcelada por ofrecerse gratis a adolescentes puñeteros. Yo habría sido inmensamente feliz y me habría evitado diez años de dudas (y de perder tiempo y juventud) si a mis 15 años un joven guapo y cariñoso de 22 me hubiera seducido invitándome a escuchar el adagietto de la quinta sinfonía de Mahler.

 



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Comentan el artículo

  1. Preguntas impropias, Héctor Aguilar Camín 2009-oct-15.
  2. Respuestas a "Preguntas impropias" Héctor Aguilar Camín 2009-oct-22.

 



Preguntas impropias

2009 octubre 15

Con su habitual, insólita, libertad de espíritu, Luis González de Alba ha postulado que hay una paidofilia buena y una mala, una que le hace bien a los menores, pues satisface sus necesidades y fantasías, y otra que abusa de ellos. (MILENIO, 11/10/09).

El planteamiento deja caer una interrogación como un mundo: ¿hay que castigar el sexo consentido entre menores y mayores de edad? ¿Todos los menores son víctimas sexuales cuando se relacionan con adultos o pueden ser gozosos cómplices del hecho?

Y cuando son buscadores activos de la transgresión penalizada, ¿siguen siendo la parte a proteger o simplemente desafían nuestros prejuicios opresivos, vueltos ley, sobre la sexualidad infantil y adolescente?

Hablo, como Luis, del sexo consentido entre menores y mayores de edad. El sexo no consentido, logrado bajo cualquier forma de coerción, es punible por sí mismo, en todas las edades. Y debe castigarse con particular rigor cuando se ejerce contra menores, lo mismo en redes de prostitución y pornografía infantil y juvenil, que en los casos de abuso familiar.

Hace poco, la revista The Economist dedicó un artículo a explorar los efectos perversos de leyes virtuosas contra el abuso sexual, leyes que han vuelto sex offenders a una gigantesca cantidad de ciudadanos (900 mil, si recuerdo bien). Leyes y jueces incluyen en esa categoría y dan trato social parejamente discriminatorio al violador y al acusado de cualquier trato o intento de trato sexual con un menor.

La discriminación del trato consiste en que las señas y la dirección del sexual offender está a disposición de todos los ciudadanos interesados, a fin de que los vecinos de cualquier barrio puedan saber cuántos sexual offenders hay en ese barrio y dónde viven.

En Los Ángeles, el sexual offender está obligado a poner un letrero en su ventana diciendo que ha sido procesado como tal.

El problema es que la mayoría de esos sexual offenders no tiene nada que ver con el abusador sistemático, el violador, el proxeneta o el pornógrafo infantil y juvenil, sino con gente que ha tenido o intentado tener, relaciones con un menor. O que las ha consentido.

Un caso notable citado por The Economist es el de una mamá que fue procesada por consentir que su hija, menor de edad, tuviera relaciones sexuales con su novio, también menor de edad, en su propia casa.

La pregunta, enorme, sigue ahí: ¿qué hacer con la sexualidad, consentida o activa, del menor en busca de placer con otro menor o con sus mayores?

La respuesta quizá no puede ser sino una: no hay que hacer nada, hay que dejarla ser. Pero apenas escribo esto me doy cuenta de que piso terrenos pantanosos, de que no hay respuestas sencillas, ni cortas, ni generalizables, para las buenas preguntas.

 



Respuestas a "Preguntas impropias"

2009 octubre 22

Sobre el amor consentido entre adultos y menores de edad escribió Luis González de Alba en MILENIO, diciendo que hay una pedofilia buena y una pedofilia mala (paidofilia, corrige Luis). Yo glosé su artículo. Varios lectores escribieron:

Gaby Cárdenas: Me inclino por la teoría de que el ser menor de edad implica no tener la madurez para comprender y asimilar plenamente temas como la sexualidad. Esto, claro está, no significa que ningún menor será sexualmente activo, pero hay algo que me hace sentir que el sexo entre dos menores tendrá la misma inmadurez, deseo de conocer e inocencia por ambas partes y que por lo tanto no hay coerción, mientras que el sexo de un menor con un mayor de edad siempre deja espacio para pensar que como mayores abusamos de la falta de experiencia del otro.

Mauricio Ruiz: Qué tema. Provoca escalofríos. Me considero un ultraliberal en todos los sentidos, desde el político hasta el sexual. Repudio con todas mis fuerzas a las personas que encuentran satisfacción sexual en menores de edad. Antes y después de tener a mi hijo. Eso no ha cambiado. Pero las preguntas que planteas y otras más, son totalmente válidas. ¿Que es un menor de edad? ¿18 años, 21? Tal vez en una aldea de África, o de Oaxaca, una niña a los 12 ya está lista para procrear y ser ama de casa. Al mismo tiempo de repudiar el sexo con menores, no puedo dejar de manifestar mi admiración y afición porque mis parejas, usualmente mayores de edad hace muchos ayeres, vistan adornos y artilugios propios de una preparatoriana. Sabes de lo que hablo. Igual que lo sabía Nabokov. ¿Qué es eso? ¿Hurgar en lo más profundo de los deseos? A veces excavar es delicado porque no sabemos lo que podamos encontrar. ¿Qué soy?¿Qué me gusta? ¿Quién soy? Si se me presentaran oportunidades, opciones, ¿las tomaría? ¿Las buscaría yo algún día? ¿Entre dos menores que acceden a tener sexo está sucediendo un delito? ¿Es lo mismo una chica a los 13 que una chica a los 17 y tres cuartos? Estamos acostumbrados a abordar este tema desde el punto de vista legal, punitivo, pero poco se aborda el dilema ético, filosófico, humano, fisiológico.

Bernardo Avalos: Tu texto sobre el de González de Alba y la pedofilia me trajo a la memoria esta reseña del New York Times Review of Books sobre dos recientes libros referentes al amor entre los griegos. ¿El Nuevo Desorden Amoroso está moviendo —cruzando— una línea? "Men and Boys", by G.W. Bowersock.

 


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