La herida abierta en Tlatelolco

publicado el 01 de octubre de 1998 en «El País»

 

Treinta años después de la matanza de la plaza de las Tres Culturas, México busca todavía a los culpables.

 

Juan Jesús Aznárez

Luis González de Alba, rebelde líder estudiantil el día de la matanza de la plaza de las Tres Culturas, maldice abiertamente las declaraciones del alcalde de Ciudad de México, Cuauhtémoc Cárdenas, exonerando a los regimientos que hace 30 años la anegaron en sangre invocando la obediencia debida. Incluso un soldado raso, agrega González de Alba, está obligado a distinguir entre tropas enemigas y población no combatiente. "El tótem de la nueva izquierda exculpa al Ejército de esa matanza. Matanza que cometió el Ejército, no un terremoto, y que está documentada hasta en declaraciones de militares". El 2 de octubre de 1968, amargo aniversario en un país que todavía se duele y trata de establecer responsabilidades, el universitario González de Alba llegó a la concentración de la plaza varias horas antes de que el Ejército la barriera a balazos y causara más de cien muertos. "Tan sólo como un abyecto coqueteo con los militares, a la vista de su futura campaña presidencial, podemos entender las declaraciones de Cárdenas", denuncia.

Revolucionario hace 30 años, activista contra un México aldeano y represivo, Luis González escribió uno de los dos mejores libros sobre aquellos hechos, Los días y los años, y en la nueva efeméride asegura a este diario que mantiene compromisos de izquierda esenciales pese a los mentís de quienes aseguran que su actual rumbo, sus críticas al sandinismo nicaragüense o a la sublevación zapatista en Chiapas, son reaccionarias. Gobernaba entonces el autoritario presidente Gustavo Díaz Ordaz, sostenido por un régimen de partido único, el corporativo Partido Revolucionario Institucional (PRI), también adscrito al ordeno y mando. No existía la prensa que hoy existe, ni libertad de expresión, ni de inscripción de cualquier formación política; la impunidad del poder era prácticamente absoluta, y las elecciones, una farsa dirigida a legitimar los automáticos triunfos del PRI.

Hacia las cinco de la tarde, Luis González de Alba subió a la balconada del edificio Chihuahua, donde habían quedado instalados los micrófonos de los oradores y la megafonía. Allí oyó decir que "civiles pelones, de facha y rapado castrenses", se movían por las inmediaciones y que nada bueno cabía esperar de ese despliegue. Decidieron terminar cuanto antes el mitin y suspender la manifestación callejera programada para después.

"Nos íbamos a ir en minutos cuando llega un helicóptero y comienza a dar vueltas a la plaza". Lanza una bengala, cae en la plaza y empieza el tiroteo. La dirección estudiantil, excepto él, abandona la balconada. Los rapados, identificados posteriormente como miembros del batallón especial Olimpia, le detienen. También es arrestada la periodista italiana Oriana Fallaci. "Nos ponen contra la pared junto a otros muchos. Y comienzan disparos, que no proceden de los que estaban arriba. Las esquirlas nos quemaban (teníamos las manos en alto). Es el Ejército el que dispara a éstos [al batallón Olimpia]. Por eso creo que todo aquello fue una gran confusión, una falta total de estrategia militar, un crimen. El ejército de verde casi los mata, a estos del cuerpo especializado".

Viéndose atacados, los del batallón Olimpia se tiran al suelo y, a la de tres, gritan a una: "¡No disparen!". Y otra vez a coro: "¡Batallón Olimpia! ¡No disparen!". Los soldados, rodilla en tierra, disparan a discreción.

Philip Agee, ex agente de la CIA, escribió en su diario que aquel ametrallamiento destruyó el movimiento de protesta mexicano y, probablemente, varios cientos de vidas. Oficialmente murieron 28 personas y 200 resultaron heridas. "Pero probablemente mataron a varios cientos y muchas más fueron heridas". Más de 1.500 personas fueron detenidas, entre ellas Luis González de Alba, encarcelado diez días en una celda de castigo individual. No fue torturado. Al parecer, esa tarea correspondía a la policía, no a los militares. "En mi declaración, cada vez que les digo que subieron unos pelones con un guante blanco y que gritaban "batallón Olimpia", el militar que está encargado de escribir no escribe. "Eso no, eso no va", le dice el que interroga al que escribe". De una cárcel a otra, condenado a 18 años, permaneció preso poco menos de tres. Después, el exilio en Chile. Ya de nuevo en México, vuelta al activismo, pero más atemperado, desde el respeto a la instituciones. Ahora, cumplidos ya los 50, sigue en política a su manera, de francotirador.

Identificar a los culpables de la matanza no parece tan difícil como probar su grado de responsabilidad. Aunque el fallecido presidente Gustavo Díaz Ordaz, el entonces ministro de Gobernación, Luis Echeverría, y el general Marcelino García Barragán constituían el sanedrín decisorio, queda por determinar si los tres acordaron la orden de abrir fuego, o hubo cortocircuitos, o la tragedia se desencadenó por circunstancias hasta ahora no precisadas.

"El derramamiento de sangre del 2 de octubre se debió a un acto de poder que fue tan criminal como innecesario y estúpido", resume Luis de la Barreda, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.

 

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