La simpleza del iluminado

publicado el 17 de septiembre de 2007 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

Todo es muy simple para el iluminado. ¿Economía? Fácil: se mezclan honestidad, buena fe, amor por "la gente" (lo que antes era "el pueblo"), se bate eso con hartos huevos y sale una omelette perfecta. El candidato Fox tenía la ingenua convicción de que el subcomandante Marcos era hombre de buena fe, por eso le bastarían 15 minutos de conversación de hombre bueno a hombre bueno, sin las víboras del PRI, y asunto arreglado.

Oigamos las recetas de ahora: ¿Pemex? ¡No se hagan bolas! ¡Hay que construir cinco refinerías, todas ellas sin capital privado, ni nacional ni extranjero! ¿No hay presupuesto para obras de infraestructura? ¡Se obtiene con una reducción de altos salarios y dejando de pagar pensiones a ex presidentes! Siempre habrá quien no sepa que la cantidad así ahorrada no sería ni la cienmillonésima parte de lo necesario con urgencia. Díganse estas trivialidades con voz estentórea, dedito ondulante y mirada de águila señera y se lograrán aplausos de quienes no tienen ni idea del disparate que oyen.

El Congreso se nos ha convertido en un superpoder que descabeza organismos autónomos por complicidad entre los secuaces de los tres partidos mayores. No han dado una razón, ni una sola, para cambiar a los consejeros del IFE tres años antes de terminar su período. Lo explican muy simple: es que les perdimos confianza. Se la perdieron ellos, los derrotados, que no han venido a consultar, en sus diversos distritos, la opinión de sus electores. Nos ignoran porque se deben a sus partidos y sólo a sus partidos. Todos fueron cogidos con las manos en la masa: no reportaron al IFE más de 280 mil spots ni dijeron cuánto pagaron por ellos. Así que urdieron una salida simple: despedir al auditor, echar a la calle al vigilante; de paso, dejar de pagar a radio y tv la propaganda electoral y embolsarse esos dos mil millones de pesos extra. Y no tenemos forma de parar esta nueva dictadura.

Los mexicanos no tenemos mejor ejemplo del abismo al que conduce un iluminado, que el fallido intento de independencia encabezado por el buen cura Miguel Hidalgo. Descubierta la conjura del levantamiento que debería contar con la suma de al menos una porción importante del ejército regular (lo dicen todos los manuales de cómo hacer la revolución), el cura no tuvo mejor ocurrencia que calzarse las botas, llamar a misa (también fue domingo ese 16 de septiembre) e inflamar de ardor patriótico los pechos de campesinos que sólo tenían por armas palos, azadones, machetes y uno que otro mosquetón; hacer luego acopio de nuevos soldados abriendo cárceles y sumando presos, para hacer masacrar tan escuálidas fuerzas al enfrentarlas contra soldados con entrenamiento y pertrechos. Resultado: duró diez meses la aventura. No hubo independencia. Morelos peleó unos pocos meses más y Guerrero se refugió en las montañas. La Nueva España siguió su marcha con entera normalidad.

Once años después, el 27 de septiembre de 1821, un hábil negociador y el convencimiento, hasta de muchos españoles residentes en la Nueva España, de que la independencia era necesaria, sellaron los tratados por los que el nuevo virrey, Juan O’Donojú, sin haber tomado siquiera posesión de su cargo, reconocía la independencia del nuevo país y, además, se unía a la junta de gobierno encargada de organizar la cosa pública. Pero los mexicanos jamás hemos sentido simpatía por el triunfo, y menos por los triunfadores, así que hundimos en el olvido al virrey O’Donojú y a Agustín de Iturbide, que firmaron la independencia sin un balazo.

Los métodos del cura Hidalgo una década antes habían conseguido el efecto contrario: partidarios de la independencia, como el obispo Abad y Queipo, acabaron condenando los crímenes sin sentido de una turba que, escasa y sin armas, podía sin embargo hacer un gran daño a la pujante economía que había hecho del peso mexicano moneda de cambio en el mundo entero. Lo mismo ocurre ahora: con 20 personas se cierra una calle o una carretera, con 100 se impide una obra que daría empleo a miles; una decena o menos es necesaria para volar gasoductos, parar centenares de industrias y lanzar a la ruina miles de familias. Así empezamos: con unos cientos siguiendo al cura Hidalgo armados de palos, pero con mucha capacidad destructiva, y así seguimos porque hicimos héroes a quienes mostraron, con su fácil derrota, que no tenían con ellos al país. Celebramos la derrota y rechazamos el triunfo.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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