El todo y las partes

publicado el 18 de agosto de 1997 en «La Jornada»
columna: «la ciencia en la calle»

 

El algo más

¿Es el todo igual a la suma de sus partes? En un queso, sí. En un corazón, no. En un cerebro mucho menos, pues ninguna de las células constituyentes de estos órganos poseen las funciones del órgano total. Ni las células del corazón bombean sangre ni las neuronas cerebrales ven, oyen, ni mucho menos gozan o sufren. Estudiar las partes para comprender el todo es propio del método que la ciencia aplica con gran éxito, aunque siempre con limitaciones. Se reduce un nivel superior, por ejemplo la biología, a uno de alguna manera considerado inferior, como sería la química. Este reduccionismo nos ha dado amplios conocimientos sobre los procesos internos de la célula. Pero también es cierto que no ha permitido explicar la biología, la vida, por la química de sus funciones. Siempre parece como si hubiera algo más. Esto es, la célula es agua, proteínas complejas, ácidos nucleicos, nitrógeno, carbono... y algo más. Qué sea ese algo ha tenido variadas respuestas.

El grand reduccionismo

Es muy sencillo recurrir a la explicación religiosa para explicar el paso de la química sin vida a la célula viviente. No tiene nada de malo. Algunos filósofos han querido sustituir el espíritu por una noción igualmente vaga, por ejemplo el elan vital. Pero si deseamos seguir el camino emprendido hace 2 mil 500 años por los filósofos jonios, los primeros hombres que buscaron explicaciones a la naturaleza prescindiendo de la fácil ayuda de los dioses, debemos seguir buscando la explicación de la naturaleza en la propia naturaleza. Y así es como caemos con frecuencia en el reduccionismo.

El mayor de todos es el que uno de los físicos más grandes de este último medio siglo, Steven Weinberg, ha llamado "grand reduccionismo", y que consiste en explicar todos los diversos estratos de la naturaleza por el más fundamental de tales estratos, que serían los componentes del átomo. Pero, ¿cómo pasar de los electrones a las bajas y alzas de la bolsa de valores o a la desintegración de Yugoslavia, o el cuidado que deben tener los pueblos adultos para con los pueblos infantiles y desvalidos? En Science 277, pág. 476, Nigel Williams menciona casos donde el reduccionismo es insostenible y otros donde se muestra como un poderoso instrumento.

Los "principios adicionales"

Uno de estos ejemplos donde el reduccionismo es una herramienta de gran fuerza analítica son los modelos computarizados del desarrollo fetal "que muestran cómo un puñado de señales moleculares pueden dar origen a patrones complejos." Op. cit. En ese caso puede verse, reproducido en la pantalla, cómo estas pocas señales, enviadas por los genes, dan forma al embrión. Relata Williams que el filósofo Thomas Nagel, de la Universidad de Nueva York, presentó en un reciente encuentro sobre reduccionismo, dos puntos importantes en contra de ese método, tan propio de la ciencia actual. "Primero, dijo, aunque la naturaleza podría, en principio, ser explicada en términos de leyes básicas universales, en la práctica nuestras finitas capacidades mentales y computacionales implican que no podemos asir las últimas explicaciones físicas de muchos fenómenos complejos (...) La segunda, y más controvertida parte del argumento de Nagel fue que principios adicionales, no evidentes en las leyes que gobiernan los constituyentes básicos, son necesarios para explicar los fenómenos de orden superior." Idem.

¿Qué falta en la urna funeraria?

Los "principios adicionales" que son requeridos para explicar la naturaleza, pero que no son evidentes, suenan al viejo y conocido espíritu, que era necesario aducir para explicar los niveles superiores por los inferiores. Pero el hecho es que, en efecto, hay funciones nuevas en el todo que no existían en las partes, o, de otra manera, no estaríamos combatiendo como reduccionistas las explicaciones de lo superior por lo inferior. Si son atacadas esas explicaciones con el adjetivo de "reduccionistas" es porque vemos que el corazón es algo más que la suma de sus células y la célula algo más que la suma de sus componentes químicos. Cuando incineramos a una persona, y nos entregan sus cenizas en una urna, allí está todo, salvo el agua que salió por la chimenea del horno. Pero no basta con hidratarla, como la leche en polvo, para recuperar al ser querido. Luego, allí no está todo. Si respondemos afirmativamente, nos salvamos del reduccionismo: en efecto en la urna no está todo.

Pero caemos entonces en otro extremo: si no está todo ¿qué falta?... ¿el alma?

Los principios emergentes

Los biólogos llaman "principios emergentes" a las propiedades que surgen en niveles superiores de organización de un organismo, pero no se encuentran en niveles inferiores de organización. "Se encuentran propiedades emergentes en química y física: la temperatura, por ejemplo, es una propiedad de una colección de partículas y es irrelevante en partículas individuales." Idem. Por el contrario, añade el autor citado, "los biólogos pueden señalar un extraordinario arreglo de rasgos, tales como genes, ojos y alas, que no tienen significado al nivel de los átomos y las moléculas." Aquí vale la pena recordar que Engels habló de la transformación de la cantidad en calidad. Es una de las leyes de la diálectica. Quizá nadie lo citó en la reunión mencionada, quizá nadie lo conocía.

La teoría de juegos

En ocasiones alguna ciencia no busca la explicación del todo en sus partes. Por ejemplo, estudios económicos basados en la teoría matemática de los juegos permiten describir cómo responden los humanos ante diversas situaciones económicas, pero tales predicciones se realizan sin necesidad de analizar la respuesta de cada uno de los implicados en la conducta general económica. Esto es, la economía en este caso no hace una reducción del grupo social a cada uno de los individuos que lo conforman. Estudia al grupo como tal. De igual forma, la teoría de juegos en biología evita la reducción a la química. John Maynard Smith fue pionero en aplicar la teoría de juegos a la biología, recuerda Williams.

 

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