Para analizar un sueño

publicado el 07 de julio de 1997 en «La Jornada»
columna: «la ciencia en la calle»

 

El sueño

Iba pasando frente a un viejo cine renovado y con colores atrevidos. Entraba y, en el vestíbulo, muy amplio y vacío, con sorpresa distinguía a Hugo Hiriart caminando hacia unas escaleras. No lo llamaba, prefería dirigirme a toda prisa hacia él, pero al darle alcance ya estaba sentado. No en una butaca, sino como en una barda, de donde Hugo y su esposa Guita dejaban colgar las piernas. Saludaba a Guita, quien se veía algo extraña, como de muchos colores, pero no ponía atención porque enseguida me dirigía a Hugo, que se mostraba enormemente frío. Yo lo atribuía enseguida a una breve aclaración mía donde discrepé sobre el nombre dado por Hugo a una cierta constelación celeste. "No puede ser, Hugo", decía yo en tono conciliador, "estás enojado". Y sin más, ante su falta de respuesta, lo cual confirmaba lo dicho, lo jalaba hacia mí, con grave riesgo de un rechazo enérgico y vergonzoso, "anda, dame un abrazo", y yo se lo propinaba, mientras él apenas si apoyaba sus manos en mi espalda, "Es que, Luis, cómo puedes decir que no es Canopo", comenzaba a desgranar su enojo con un mohín simpático. Le reconocía que, por supuesto, una cierta estrella era Canopo, pero, argumentaba (y por favor, perdonen los desaciertos de un sueño) que siempre está Canopo cercano al horizonte y que el horizonte de la ciudad de México está iluminado de noche por la luz de la propia ciudad, por tanto la visibilidad es poca. Lo extraño es que Canopo no fue el tema de mi discrepancia en la vida real, sino la constelación Camelopardalis, que sólo tiene en común la sílaba Ca.

Enlace con la realidad

Hugo se trababa al pronunciar el nombre de esa constelación "Cameleo..., Camel... " Yo estaba a punto de completar la palabra: "Camelopardalis", constelación a la que alguna vez Hugo se refirió en su sección dominical cambiando algunas letras, pero me detenía antes de hablar y optaba por un reto: " A ver, dilo (el nombre), a ver dónde pones los acentos", le decía, muy extrañamente, "los" acentos y, además, en ocasión de aquel artículo suyo, no se trató nunca de que Hugo pusiera mal un acento. Como es frecuente en los sueños, la escena cambia de súbito, aunque sin sorpresa, y estamos como en una cocina, pero una cocina del cine, donde nuestra común amiga y condiscípula de la carrera de psicología, R, esposa de quien fue mi psicoanalista hace 20 años, y Guita, limpian de moronas de pastel unos grandes platos de porcelana, semejantes a unos míos en que son demasiado planos y en su estado actual tienen desportillada alguna orilla. R los limpia con una servilletita y los numera con plumón plateado, al observar yo aquella delicada operación me aclara: "Es que son platos de la campaña", "Ah", ironizo facilonamente, "supongo que de la campaña de Cárdenas; espero que traigas, para guardarlos, un cestito de mimbre", añado con una sonrisa y ese tono de connivencia que empleamos quienes compartimos ciertos valores no populares. Luego, en otro cambio súbito, soy arrastrado a lo largo de una salida por la multitud al final de la función. Veo unos jóvenes saltarse desde lo alto de la galería para ahorrase la escalera y supongo que el atractivo del cine, como en todos los cines viejos y grandes, no está en la película, sino en lo que ocurre en los baños, así que trato de escabullirme de mis amigos para quedarme e ir a participar de la diversión.

Elementos del sueño

La referencia a los platos trae una asociación apenas ligeramente molesta: para un amigo quisquilloso y que pone peros a todo, desde la temperatura del champaña hasta el guisado, todo está siempre "bueno, pero...", lo cual me ha irritado siempre; bien, pues no podía faltar que este amigo dijera, en una cena de pie hace años, que los platos eran bonitos, "pero... pero demasiado planos y se escurre la salsa..." Parte de aquí un largo vericueto que se resume en una autocrítica, pero resulta más interesante, en estos días de elecciones, otro camino del sueño. Es éste a continuación.

El robo de un sueño

El contenido más inquietante surge después. Quedó ya dicho que R es esposa de mi primer analista. Por entonces, hará 20 años, actuaba yo una fantasía en el bar gay de moda: llegaba con una camiseta rota y engrasada. Cuando alguien preguntaba el motivo de aquella inusual vestimenta respondía que se había descompuesto mi tráiler y había entrado a ese bar a tomar una cerveza tras perder la esperanza de arreglarlo solo. "Entonces...¿nunca habías venido?" interrogaba la víctima con entusiasmo. "No. Y, por cierto... no veo mujeres ¿verdad?" Pues bien. Un día llamé a mi analista para cambiar una cita. "El doctor está en la maderería. Si gusta le doy el número", respondió la secretaria. Creí que estaría allá eligiendo madera de cedro para su consultorio. Llamé. "El doctor salió con el camión." Parecía evidente que, en un arranque populista, venía a bordo del camión que le surtiría el pedido. "No. Fue a entregar un pedido. La maderería es de él." Casi se me cae el teléfono. Lo dejé. Años después lo saludé en un restorán. Preguntó qué había hecho en los últimos años. "Estuve en París, estudiando psicoanálisis, y soy muy buen analista", me surgió como un borbollón rencoroso. "Pues yo soy mejor que tú", dijo cortando un filete. Jamás lo he vuelto a ver. El sueño de esta noche ronda por sus cercanías y por aquel análisis falto de toda disciplina. Pero va a otro rumbo.

El último giro

Está presente Cárdenas en el comentario a R, quien es a todas luces una mujer elegante que marca con plumón plateado vajilla de porcelana blanca mientras expresa su cardenismo. ¿Quién sería la antítesis de esa elegancia, de esa sonrisa leve y esos gestos lejanos? R, además, es judía. El polo opuesto es la senadora vulgar y nazi. Queda claro que el sueño expresa lo desagradable por su antítesis agradable.

Pero, si el sueño está encubriendo con una judía elegante a una nazi vulgar, ¿por qué tiene en sus manos mis platos blancos, y además los marca como "platos de la campaña" de Cárdenas? Baste decir que representan un señalamiento doloroso, aunque haya faltado espacio para ese ramal del análisis. Así que la respuesta es: Porque, finalmente, el verdadero Cárdenas me ha dolido, dice el sueño, mucho más de lo aceptable. No me roba el sueño, pero ¿me robó un sueño? Eso dice el sueño de hace pocas noches.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani
 

 

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