Las medicinas y su lucro

publicado el 09 de junio de 1997 en «La Jornada»
columna: «la ciencia en la calle»

 

Sufrimientos de Oliver Twist

En vista del altísimo precio de los recientes medicamentos contra el virus del sida, el VIH, resulta políticamente correcto atacar a los laboratorios farmacéuticos, como los malos que negocian con vidas humanas por motivos de lucro. Correcta o no, es también una tontería que nos puede costar muy caro... en vidad humanas. Quienes acostumbran dividir al mundo en los buenos y los malos, consideran buenos a los científicos. Corre una versión entre organizaciones piadosas y personas humanitarias que parece arrancada de las más negras páginas de Dickens, y según la cual versión el Noble Investigador se quema las pestañas por servir a la Humanidad y luego de que logra una cura contra el sida que merecería el Nóbel, un Malvado Empresario le arrebata la patente y se enriquece con ella. Es una caricatura que posee todos los aditamentos para arrancar indignación en cualquier asamblea de CCH. Pero la historia es otra y muy distinta.

Ninguno es filántropo

Hace mucho que no existe el investigador que inventa fórmulas maravillosas en la cochera de su casa y con la licuadora y la olla exprés de su esposa, si es que alguna vez existió, salvo Ciro Peraloca. La actual investigación farmacológica exige enormes gastos que únicamente los laboratorios más ricos del mundo, o los gobiernos, pueden sufragar. Los gobiernos no lo hacen, o lo hacen poco, los laboratorios farmacéuticos sí. Todo comienza cuando un equipo de administradores decide que una cierta enfermedad ofrece un mercado lo bastante amplio como para invertir en él. Así de frío y llano. (Por eso son escasos los medicamentos para enfermedades raras: no hay clientes). Luego se deben sostener bioterios con líneas genéticas de ratas producidas a alto costo, con chimpancés que cuestan fortunas y, por supuesto, con investigadores que también cobran fortunas, pues los científicos no son la madre Teresa. A iniciativa de Merck, de Glaxo-Wellcome, de Abbott, se contratan químicos, biólogos y otros investigadores de alto precio, el laboratorio compra equipo ultrasofisticado e invierte, durante años, millones de dólares, no ciertamente con el único y filantrópico afán de salvar vidas humanas, pues tampoco son la madre Teresa, como no lo son los investigadores, sino de obtener utilidades y mostrarlas a la asamblea anual de socios.

Decisiones de asamblea

Tras de los fracasos, donde se pierden los millones invertidos, alguna de estas empresas, digamos Merck, logra un éxito: produce por medio de ingeniería celular de punta una molécula artificial que inhibe una enzima del virus, inhibición que le impide replicarse. Hace 10 años fue la transcriptasa reversa, ahora es la proteasa. A esta molécula, inhibidora de la proteasa, la llama Indinavir, luego la registra como Crixiván y la lanza al mercado. Tras del inhibidor de la proteasa quedaron muchos millones de dólares. Los accionistas de Merck, que deben de ser algunos miles de personas, algunos de ellos amas de casa o fontaneros, y no cinco buitres malvados, exigen en su asamblea anual que los directivos pongan un plazo de recuperación lo bastante corto como para que las utilidades sean atractivas. Se fija el precio del Crixiván que cumpla ese criterio. Y resulta ser un precio muy alto porque la división de los millones gastados, divididos entre el tiempo de recuperación aceptable, más una utilidad atractiva, dan esa cifra. Es un asunto de mejorar lo que tales inversiones millonarias habrían dado a las tasas bancarias. ¿Quiénes son allí los malos? ¿En dónde están los bondadosos investigadores despojados?

Nadie es autor

Los científicos participantes en esos descubrimientos suman centenares. Todos envían sus reportes a las publicaciones de mayor prestigio. Todos obtienen puntos en sus evaluaciones al ver publicados sus reportes, todos elevan así sus exigencias de salarios, como el buen pícher, como el buen goleador. Todos se ponen a la disposición del laboratorio que pague más y van del Necaxa al Cruz Azul: Robert Gallo, el científico sin cuyos trabajos no existiría la prueba Elisa que permite detectar al VIH, está cubierto de gloria... y de millones. Ya dejó el National Cancer Institute y puso el suyo propio, que por supuesto es para beneficio de la humanidad... y para ganar dinero, pues en caso contrario no podría sostenerse. Luc Montagnier, el científico descubridor del VIH, también montará su laboratorio en Estados Unidos.

¿A quién reclamar?

¿Qué podemos hacer ante este panorama? Se ha escogido la vía de reclamar a los laboratorios farmacéuticos que rebajen el precio de las nuevas medicinas. Soy el promotor de una de estas organizaciones surgidas de la --sociedad civil-- ante la escasa respuesta gubernamental ante el sida, la Fundación Mexicana contra el Sida (que recibe aportaciones de usted en Calle 19 #75, San Pedro de los Pinos, aportaciones que puede usted deducir de sus impuestos anuales). Supongamos que ésta y otras organizaciones semejantes levantan en todo el mundo una ola de indignación que hace políticamente imposible mantener los precios actuales. El Crixiván de Merck pasa de $2955.10 pesos el frasco de 180 cápsulas (tratamiento para un mes) a... ¿qué precio le gusta?: $295.- que algunas personas tampoco pueden pagar. En ese instante, y a causa de nuestro triunfo espectacular contra el neoliberalismo, Abbott sabe que ya no podrá obtener utilidades por su inhibidor de la proteasa de segunda generación, el ABT-378, que comenzará sus ensayos en humanos a fines de este año, pero que promete ser diez veces más efectivo. ¿Gastar en ensayos con humanos? Por supuesto que no, dirá la propietaria de un millonésimo de acción de Abbott, que allí tiene invertidos sus ahorros, porque el precio al que deberá venderse ese medicamento hace tales gastos irrecuperables. Los administradores se aterran ante la imagen de una asamblea de accionistas parecida a una del PAN en la UNAM, y el ABT-378 se queda en donde está. Lo mismo hacen Gilead Sciences Inc. con su prometedor PMPA y Glaxo con su 1592. Invertir para luego poner los precios que los ciudadanos más pobres de los países más pobres puedan pagar, no es negocio. La investigación privada se termina. Y todos los nuevos medicamentos proceden de la investigación privada guiada por el logro de utilidades para sus accionistas. Fin. Se acabó. No hay más. ¿La cura definitiva? Búsquenla en los archivos.

Los responsables

Las exigencias debemos dirigirlas a los sistemas de seguridad social de todos los gobiernos. Si el precio del Crixiván es de $2955.10 al mes, que sumados al 3TC y al AZT hacen unos 5 mil al mes y 60 mil al año (tampoco le carguemos a los miles más de los que son, pues son ya muchos), de todas formas son inferiores al precio de hospitalización del enfermo, con el consiguiente sobrecupo de hospitales, aumento de enfermedades producidas por el propio hospital y más medicinas para tratar esas enfermedades. Son los gobiernos los obligados a brindar seguridad a sus nacionales, son ellos los que harán buen negocio, hasta en términos numéricos, de pesos y centavos, ofreciendo a su población los resultados de la investigación que ellos no hicieron.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani
 

 

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