La guerra con Estados Unidos

publicado el 14 de abril de 1997 en «La Jornada»
columna: «la ciencia en la calle»

 

El grande y el chico

Nos dicen los historiadores que no piensan dos veces lo que dicen, que hace 150 años, en 1847, el imperialismo nos arrebató de un zarpazo, primero a Texas, luego a la mitad de nuestro territorio. Todos aprendimos, de tales historiadores, que la guerra con Estados Unidos fue la del grande contra el chico. Es verdad, aunque al contrario: Un David pequeño, pero belicoso y decidido, contra el Goliat del sur, grande pero torpe, católico y rezandero. Uno atenido a la producción de cañones, el otro a la protección de la virgencita de Guadalupe. Revisemos nuestras lamentaciones: Heredamos de la época colonial un gigantesco país que se nos deshizo entre las manos porque no lo supimos gobernar. En 1822 México tenía cinco millones de kilómetros cuadrados tras la independencia realizada por Iturbide y Guerrero. A ambos consumadores de la independencia los matamos. Habiendo sobrevivido a la guerra contra España, no sobrevivieron a los mexicanos. Si el "imperialismo" estadunidense (que no existía porque no había ni sombra de imperio) nos arrebató la mitad del país, ¿quién nos arrebató a Centroamérica?

Las fronteras

México tenía por frontera sur a Colombia, así como suena, pues el imperio de Iturbide terminaba en Panamá, entonces territorio colombiano. Al norte, ya lo sabemos, el imperio mexicano llegaba hasta el territorio inglés de Oregon. En total cerca de cinco millones de kilómetros cuadrados. Hoy son menos de dos. Los Estados Unidos de entonces tenían por extensión una cuarta parte de su actual territorio. En 1823 México pierde su primer medio millón de kilómetros al declararse independientes las provincias centroamericanas. No hay quien vaya y las contenga. No hay guerra civil, como la tuvo Estados Unidos cuando el sur se declaró independiente. En 1836 hace lo mismo Texas: se independiza de un país donde todas y cada una de las constituciones declaraban "la religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana. La nación la proteje por leyes sabias y justas, y prohibe el ejercicio de cualquier otra." Punto que era el tercero en una constitución, el cuarto en otra, el primero en otra más. Entonces sí los mexicanos intentan retener una provincia poblada mayoritariamente por inmigrantes protestantes, pero también por muchos mexicanos hartos de las necedades que seguimos sufriendo ahora cuando queremos instalar una empresa, una industria, un comercio. El presidente Santa Anna intenta conservar Texas, hace una matazón de texanos en El Alamo y, durmiendo la siesta, es sorprendido, derrotado y aprisionado por los texanos.

1847

Un incidente fronterizo sirve de pretexto a los pequeños Estados Unidos para declarar la guerra al gigante dormilón, guadalupano y protector de la única y verdadera fe. Comenzó el 8 de mayo de 1847 y en apenas cuatro meses, el 13 de septiembre, los estadunidenses tomaban Chapultepec y colocaban su bandera en el Zócalo. Así perdimos California, Arizona, Colorado, Utah, Nevada, Nuevo México y se confirmó la pérdida de Texas. El país que era chico se hizo grande a costa del que era enorme pero empleaba su producción de plata, la mayor del mundo, en hacer altares. Dos enseñanzas hicieron perdedor a México desde su nacimiento: 1. La enfermiza idea según la cual nacimos de la derrota azteca y no del triunfo de los pueblos indios oprimidos por los aztecas y levantados en armas contra sus opresores; 2. La enferma doctrina católica por la que "de nada sirve ganar este mundo si se pierde el alma". La ciencia y sus subproductos, la industria y la tecnología son, por supuesto, de este mundo. Y puesto que el papa acaba de permitir a los católicos, en 1992, que crean la teoría de Copérnico, según la cual la Tierra gira en torno al Sol, en 1821 no había nada que hacer, salvo ir a misa para aterrarse con el infierno.

Un chihuahuense anonadado

Cartas de José Fernando Ramírez, uno de los creadores del culto a Hidalgo, dirigidas a sus amigos: "Ayer he recibido dos golpes de desengaño que me han anonadado. El Gobr. de Puebla escribe mui reservadamente al Ministro de Relaciones diciendo que no cuente en manera alguna con que aquella ciudad oponga la menor resistencia al enemigo... Rangel se presentó al Presidente manifestandole que las tropas rehusaban marchar porque los Yankees eran muchos!!!..." Describe las turbas que arrasan con lo poco que deja el enemigo "para completar el cuadro de desolacion", y, en el mismo sentido, el hecho de que "cuando el enemigo entró á Palacio ya estaban destrozadas las puertas y saqueado. Al tercer dia se vendia en el Portal el docel de terciopelo galoneado en cuatro pesos, y los libros de actas y otros, en dos reales."

La salvación en la derrota

En este panorama no es de extrañar que hubiera quienes esperaran, dice el jurista e historiador chihuahuense, "que un gobierno vigoroso protegido por los E U y una numerosa emigracion destruiran en breve tiempo hasta los últimos restos de esta sociedad corrompida y degradada, restaurando el orden y la justicia y dando impulso á los inumerables ramos de prosperidad y de bienestar que permanecen estancados en nuestras inhabiles manos... Con esto solo digo á U. mas de lo que pudiera decir en muchos pliegos." En otra carta se explica así la derrota: "el lance puede explicarse sobradamente con la inepcia y cobardia de nuestros Generales y gefes, exeptuando Valencia..., se han manifestado como han sido, son y serán, cobardes, ignorantes y sin rayo de pundonor."

Guerra y procesiones

Mientras Los Angeles se defiende heroica e inútilmente, dice Luis González y González, los generales mexicanos se disputan la silla presidencial. Gómez Farías procura hacerse de recursos para sostener la guerra incautando bienes del clero, pero los pirrurris de entonces se levantan en armas. Gómez Farías es depuesto y la iglesia católica conserva sus bienes. A los pocos días, las tropas estadunidenses desembarcan en Veracruz y avanzan sin dificultad hasta Palacio Nacional que, como vimos antes, ya había sido saqueado por los mexicanos... En plena invasión, Ignacio Ramírez, el Nigromante, prefirió renunciar a su puesto de guerra antes que ceder a las exigencias populares que, indiferentes a la invasión, insistían en realizar la procesión anual de la Virgen de Ocotlán... Felicitada por Marx y Engels, venció la nación pequeña, Estados Unidos, a la grande, México. Y aunque la frase es sexista, se aplica a la perfección: lloraron como mujeres lo que no supieron defender como hombres.

 

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