Olimpia y mujeres
columna: «la ciencia en la calle»
Extraña ausencia
Nadie ha pedido jamás igualdad en los Juegos Olímpicos de manera que simplemente compitan entre sí seres humanos, sin distinción de sexos, como ya se hace sin distinción de razas. Ni quienes firman siempre por las buenas causas, ni las más radicales feministas que exigen cuotas reservadas para la mujer en todos los aspectos de la vida.
Nadie ha pedido una cuota obligada de mujeres en una carrera de 100 metros mixta. Por el contrario, se establece todo tipo de análisis para evitar la filtración de hombres en la categoría femenina. El caso del-la hermafrodita brasileño-a y del tenista que pasó a ser mujer y las tenistas se negaban a jugar contra ella, evidencian este cuidado del territorio femenino en las competencias. La razón es muy simple: todos los deportes, en su forma actual, fueron inventados por los hombres para poner a prueba su propio cuerpo, el cuerpo masculino. Por lo tanto, las mujeres compiten en desventaja, en una categoría de segunda, y lo seguirán haciendo en tanto no sean creados deportes distintos para los cuales la pelvis y los ángulos de inserción óseos propios de la mujer sean ventaja contra sus equivalentes masculinos.
Los límites del cuerpo
Toda estructura, saben los ingenieros, tiene un límite dado principalmente por dos variables: la resistencia del material de construcción y la forma de ese material. Por ejemplo, la resistencia de un bloque de mármol recto, colocado entre dos columnas en el Partenón, es mucho menor que la del mismo bloque de mármol integrado a un arco romano. También el deporte es, en síntesis, un asunto de resistencia de materiales, forma de esos materiales, palancas, resortes y combustible; esto es, de huesos, músculos y glucosa. Por lo tanto existen límites: la máxima fuerza de contracción de un músculo, la mayor resistencia del calcio, la óptima forma de un hueso, el mayor efecto de palanca y la bioquímica más eficaz darán en su momento los últimos e imbatibles récords: nadie correrá jamás 100 metros en 5 segundos.
Más récords
En 1896, durante los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, la prueba princeps de los Juegos, los 100 metros, fueron corridos en 12 segundos. Los 10 y fracción permanecieron desde 1908, en que un sudafricano bajó de los 11 segundos, hasta 1968, cuando un soviético rompió en México la barrera de los 10 segundos e hizo 9.9. En Seúl, el canadiense Ben Johnson rompió ese récord con sus 9.79... con el uso de esteroides prohibidos. Luego, en Barcelona, el oro volvió a su norma: 9.96. En 1896 el mayor salto de longitud fue de 6.35 metros.
En 80 años se alcanzaron 2 metros más: 8.35. En Barcelona, Lewis saltó 8.67. Ha sido resultado del entrenamiento científico y del profesionalismo (abandonadas ya las tonterías amateurs) durante un siglo. Pero nadie, ni en otro siglo, añadirá otros dos metros al salto con los huesos y músculos del hombre actual. El lanzamiento de disco, el deporte que nos ha dado la más bella imagen escultórica del olimpismo, comenzó en 1896 con apenas 29.15 metros. Pasó a 36, 39, 40, 45... y en 1992 el lituano Ubartas lanzó 65.12 metros. No se moverá mucho más, salvo con discos cuya aerodinámica les permitiera volar solos. Pero entonces serán competencias de frisbi.
Sexo cromosómico
El último ejemplo lleva a recordar que también los adelantos técnicos han restado segundos y dado a ganar centímetros: las nuevas garrochas para el salto, las nuevas pistas, los zapatos, las bicicletas. Por lo mismo, habrá disciplinas donde todavía se muevan las marcas. Otras, las más simples y bellas, donde no habrá grandes cambios. Las marcas femeninas, en cambio, todavía admiten mucho avance. El cuerpo de la deportista se ha venido aproximando al masculino al grado de hacer necesario el análisis de sexo cromosómico. Esto es, el azar de las combinaciones genéticas hace nacer a) individuos comunes, b) con las características de su sexo acentuadas, c) con algunas características del sexo contrario. Véase, para ilustración de todas las posibilidades, la ya maratónica serie sobre sexualidad que Javier Flores mantiene en estas páginas hace años, en busca de un récord Guiness. El análisis de sexo se realiza en las células de la atleta porque sus genitales pueden presentar aspecto femenino y ser hombre bajo otras medidas. A los atletas no se les realiza la prueba porque, simplemente, a nadie, ni a ellos, le importa si una mujer quiere competir en la categoría masculina: la campeona olímpica de 100 metros en Barcelona hizo el tiempo de 1908 y habría sido, por tanto, el último lugar.
Conclusión
Hay dos caminos para el atletismo femenino: la seleccion social de las mujeres cuyo azar genético les proporcione de inicio cuerpos cercano al masculino, y su posterior bombardeo con esteroides anabólicos basados en la hormona masculina por excelencia, la testosterona, y todos ellos ilegales, pero que incrementan de forma inmediata la musculatura de la atleta. Ya se hace de esta forma.
Deben resignarse a tener voz gruesa, subproducto de la testosterona, y a rasurarse de vez en cuando. La calvicie, ese acompañante de todos los hombres velludos, también aparece entre ellas con más frecuencia; pero, en fin, hace mucho que el deporte profesional dejó de ser saludable. O bien, podrían las mujeres producir nuevos deportes para los cuales el cuerpo femenino promedio, típico, fuera una ventaja. En tales competencias, los hombres estarían en desventaja permanente, aunque tal desventaja sería menor en los que, por el azar genético, tuvieran cuerpos un tanto femeninos. La situación sería mucho más igualitaria.
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