El efecto cucaracha

publicado el 28 de mayo de 2007 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

La feroz guerra entre el Ejército Mexicano y los cárteles de las drogas no acabará con éstos, cierto; pero si nos regresa nuestras ciudades, secuestradas por el hampa, la habremos ganado. Si el combate frontal envía el crimen organizado a esa sombra periférica de donde se desbordó en el sexenio pasado,será una victoria.

El narcotráfico seguirá existiendo mientras haya consumo, y el consumo de drogas llegó para quedarse: en toda reunión se distribuyen, no hay una condena social, se emplean con naturalidad en todas las fiestas y los que pasamos la mota sin darle una fumada nos sentimos un algo avergonzados: "Es que... ¿saben? No sé fumar, ni siquiera cigarrillos", justificamos, pero el sofocón y el sonrojo ya nadie nos lo quita.

Lo que no podíamos seguir permitiendo es la inseguridad trasminada a todas nuestras áreas cotidianas, que se volvieron ajenas: nuestro restorán preferido, nuestro bar, nuestro vecindario. Cuando mi padre estaba muriendo de cáncer, en el jardín de la casa colindante había cada noche y sin falta una fiesta con música de banda, chun-ta-ta, chun-ta-ta, hasta la madrugada. Mi madre llamó una patrulla. Los policías escucharon atentamente su queja pero, replicaron temerosos, no podían hacer nada porque "en esa casa viven narcos." Pues sí, nada qué hacer.

Un día volvió la calma: los narcos se habían ido sin dejar rastros, la casa quedó abandonada. Así ha ocurrido en muchas zonas de Guadalajara: como llegaron se fueron. Pero no podemos seguir a la espera de que una ciudad tranquila sea un día la elegida por los narcos que abandonan otra plaza por ya no convenirles. Como Pedro por su casa. Hoy les gusta, mañana prefieren otra. Los habitantes de una ciudad se tranquilizan, los de otra se echan a temblar.

Carlos Marín mencionó el lunes pasado el "efecto cucaracha": el insecticida rociado en la cocina no evita que los bichos salgan en otro lugar. Cierto, pero los mantiene a raya. Lo que no podemos permitir es que, con el pesimismo de que las cucarachas son imposibles de exterminar (tienen millones de años como especie y seguirán aquí mucho después de que nosotros nos hayamos matado), las dejemos ir y venir hasta que nos caminen por la cara acostados en la cama. Las matamos con plena conciencia de que en las alcantarillas seguirán sus nidos. Pero hemos demarcado territorios: el nuestro y el de ellas.

Eso es lo que está haciendo el Ejército Mexicano: enviando las cucarachas a las cloacas de donde se nos desbordaron. Hemos tenido al narco gritando en el restorán, en la mesa vecina; urgiéndonos con su claxon en la calle, como recuerda Revueltas; en el cine con las patas sobre nuestra butaca y debemos cambiar de asiento para no incomodarlo con nuestra reclamación.

Invadieron nuestras vidas y, también es cierto, sobre las bases puestas por la derrama económica del narcotráfico mucha gente se gana la vida honestamente. Es población que saldrá perjudicada con la caída de algún imperio y el debilitamiento de otros. Pero no podemos seguir viviendo en esta narcoeconomía donde la iglesia, la escuela, y hasta el pavimento y el agua potable dependen del capo regional.

Esa es la guerra que sí podemos y debemos ganar. Por cada narco preso podrán surgir dos, porque la prohibición hace el riesgo inmensamente lucrativo. Pero se deberán ocultar de la policía, ser discretos, pasar desapercibidos ante los vecinos para no incurrir en denuncias. Como vemos en el cine de países con ley: el peor error de quienes han asaltado el banco es pasarse un alto y ser detenidos con maletas de dinero inexplicable... sin apellidarse Bejarano.

Narcos seguirá habiendo, y cucarachas también. Pero no podemos dejar de fumigar la cocina. Cuerpos con señales de tortura seguirán apareciendo porque son el mensaje entre las bandas criminales. Dejará de haberlos cuando el mercado sea libre. La guerra entre productores se dará como en todo el comercio civilizado: no se matan entre sí las diversas cervecerías. Bacardí conoce su nicho y Cuervo el suyo. La guerra entre Pepsi y Coca es feroz, pero se queda en las intrigas, el espionaje industrial y las operaciones en la Bolsa de Valores.

No es difícil entenderlo, pero la necedad de Washington, el mayor consumidor de droga, su hipocresía y fariseísmo los pagamos con violencia dentro y fuera de sus fronteras. Por lo pronto, debemos recuperar nuestras ciudades y que sea el delincuente quien tema y se esconda.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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