¿Quién no conoce un padre Amaro?

publicado el 19 de agosto de 2002 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

En mi primera infancia sólo hubo un sacerdote, por años, al frente de la parroquia del pequeño pueblo donde mi abuelo, un charro de Tepa, llegó por razones para siempre desconocidas. El padre Vérulo fue mi padrino y era parte del Club Verde: los señores principales del pueblo, entre quienes estaba mi papá. El padre era muy querido también por los más humildes: un hombre bueno, risueño, que se bebía sus cervezas en las fiestas, iba a las reuniones de dominó con los señores, conversaba largamente por las tardes a la sombra de los fresnos en la plaza y atendía urgencias de los pobres. Las muchachas lo buscaban para confesarse porque era benévolo al imponer penitencias. Su sotana limpia olía ligeramente a lavanda. Se murmuraba que tenía una mujer e hijos, pero eso no le quitaba el enorme cariño de la gente. Había además un sacerdote auxiliar, el padre Juan. Este era malhumorado, terrible en las penitencias tras la confesión, de aspecto sucio y olía a sudor rancio bajo la sotana lamparienta. Una piadosa "hija de María" llegó en una ocasión llorando a ver a mi madre, su amiga: como llevaba un vestido con el cuello cerrado y manga larga, pero dejando la mitad del antebrazo desnudo, el padre Juan la había saltado al repartir la comunión. Al padre Juan nadie lo quería y nadie supo cuándo fue cambiado. Nunca se murmuró que faltara a sus votos de castidad. Al padre Vérulo el pueblo lo adoraba: la gente pobre le hacía regalos de gallinas, frutas de la estación, algún queso, y él a su vez sacaba un billete del bolsillo de la sotana para ayudar a la compra de alguna medicina, remediar una urgencia.

Rebelión con machetes

Un buen día el pueblo entero amaneció con una noticia terrorífica: cambiarían de parroquia al padre Vérulo. Los pobres se arremolinaron en el curato (la casa del cura) exclamando que no le permitirían salir, los principales del pueblo fueron a ver al obispo regional. La opinión era unánime y se resumía en una frase: no nos importa la vida privada del padre. Así lo dijeron al obispo y así clamaba toda la gente en las calles. Importaba sólo que mujer e hijos no le impedían ejercer su ministerio de forma excelente. Pero el clamor resultó inútil y el padre Vérulo fue cambiado a una remota parroquia, se decía que en el estado de Veracruz. Por sus cartas, sus amigos supieron que los habitantes eran tan salvajes que las mujeres todavía iban con los pechos al aire y que la primera tarea del buen padrecito había sido convencer a las indias de que no sólo se cubrieran la cabeza (el velo en las mujeres era imprescindible para entrar a la iglesia), sino también los pechos. Ellas, muy obedientes, se levantaban las faldas para cubrirse los pechos. Los viejos amigos del padre comentaron que ahora sí el padre estaría feliz. "Le dieron en su mero mole." Cuando llegó el nuevo párroco, el pueblo se insubordinó y salió a esperar el camión de la mudanza. Hombres con azadones en alto (y quizá machetes), mujeres vociferantes, niños con palos bloquearon el entonces camino de terracería para impedirle el paso al nuevo cura. Debieron mediar las autoridades civiles y la amenaza episcopal de excomunión para que los ánimos se rindieran. Pero en toda la población quedó una certeza: en nada impedían mujer e hijos las labores espirituales del buen padre. ¿Por qué entonces el celibato es obligatorio? Durante todo su primer milenio de existencia la Iglesia cristiana primitiva fue una sola, aún no se había dividido en católicos, anglicanos, protestantes, ortodoxos y demás; en esos mil años el celibato fue optativo: un sacrificio que podía ofrecerse a Dios como los cilicios y otras torturas corporales. Pero los dos concilios Lateranos, en 1123 y 1139, establecieron el celibato obligatorio en la Iglesia occidental, en las orientales continúa siendo optativo y recomendado. Hace apenas 40 años, en los tiempos del papa Juan XXIII, el Concilio Vaticano II volvió a discutir el asunto y muchos obispos favorecieron la vuelta al celibato opcional en los sacerdotes, aunque continuara siendo obligatorio en las jerarquías superiores. La muerte del Papa y la asunción al trono de Pablo VI, llegado entre sospechas de homosexualidad en su juventud y madurez, produjo la reafirmación del celibato obligatorio con la encíclica Sacerdotalis Caelibatus, publicada en 1967.

Vosotros

Entre las críticas más torpes que se hayan hecho a la buena selección oficial de textos para lecturas de primaria y secundaria está la de un reportero que, en las noticias del Canal 2, argumentó, escandalizado, que algunos de esos libros, "por venir de España", emplean el vosotros como plural de la segunda persona (en vez de ustedes). Quienquiera que haya cantado el Himno Nacional Mexicano ha dicho: "... el acero aprestad..." y todos deberíamos haber leído a nuestra enorme poetisa, Sor Juana: "Hombres necios que acusáis..." Así que más bien la SEP ha cometido el error contrario: eliminar la enseñanza del vosotros con sus tiempos verbales empleados por todos los grandes de nuestros siglos de oro en ambos lados del Atlántico y en nuestro Himno. Las futuras generaciones de mexicanos no podrán leer a Cervantes, al mexicano Ruiz de Alarcón, Lope, Calderón, a la citada Sor Juana, ni a los poetas, ensayistas y novelistas españoles contemporáneos, si ya se atoran apenas al llegar a "acusáis" y ponen cara de what. Haber perdido esa forma verbal hace que ahora los americanos no podamos decir el equivalente de "el paquete ya os LO envié". A ver, dígalo como acostumbramos: "el paquete ya se lo envié (a ustedes)". Suena cojo y la solución popular ha sido pluralizar lo que no es plural, el paquete, y decir: "el paquete ya se LOS envié", colocando un los que sólo es correcto tratándose de varios paquetes: "los paquetes ya se los envié", pero no de uno, que es siempre lo aunque vaya dirigido a varios.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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