El punto final

publicado el 25 de febrero de 2002 en «La Crónica de hoy»
columna: «la ciencia y la calle»

 

El caso de quienes murieron el 2 de octubre de 1968 ya fue asignado al fiscal especial para los desaparecidos, Ignacio Carrillo. La orden de la Suprema Corte de Justicia y el reciente y breve plazo perentorio para comenzar a integrar la investigación, permite suponer que, luego de más de 30 años, tendremos una revisión seria y completa de aquellos hechos sangrientos. No queda mucho por descubrir, pues buena parte de los sucesos están ampliamente documentados en los propios testimonios de soldados y de miembros del Batallón Olimpia, el grupo que dio inicio a la provocación; en la cinta filmada por Óscar Menéndez y transmitida profusamente por Televisa en tiempos de Jacobo Zabludovsky, así como en los recientes hallazgos de fotografías luego publicadas por Proceso y El Universal.

Pero lo que no tenemos son desaparecidos. Por aquella época los números de muertos se elevaron a miles por obra de algunos periodistas. Oriana Fallaci, quien había venido a México para cubrir los Juegos Olímpicos, herida en Tlatelolco, dijo que, desde el tercer piso del edificio Chihuahua, a donde había subido acompañando a algunos de los dirigentes, había visto la plaza cubierta de muertos. Ése y otros testimonios semejantes fueron subiendo las cifras: seiscientos, mil, dos mil. Cada quien opinaba según le parecía. Pero Oriana en ningún momento pudo saber si la plaza estaba cubierta de muertos, la vio cubierta de gente tirada al suelo, entre ella, algunos muertos; otros simplemente cubriéndose del fuego por órdenes nada menos que de los soldados.

Cuando fuimos encarcelados los dirigentes, a la cárcel nos llevaban versiones fantasiosas: helicópteros que habían arrojado cadáveres al mar, fosas comunes en el Campo Militar No. 1, fusilados e incinerados en ese mismo Campo... Todos los relatos tenían algo en común: nadie daba un solo nombre.

Primeros muertos

Ya desde junio y julio, cuando los primeros enfrentamientos entre la policía y grupos de estudiantes en el centro de la ciudad de México, había ocurrido algo semejante. El hecho que desencadenó la crisis: el bazukazo contra la puerta de la preparatoria en San Ildefonso, hecho que indignó al rector Barros Sierra y lo llevó a colocar la bandera a media asta en la Rectoría, también se acompañó por un creciente número de muertos. No era difícil suponer que tras la puerta derribada hubo muchachos huelguistas que en la explosión debieron morir. Así lo decíamos en los mítines, así lo decía yo en las tumultuarias asambleas que siguieron y paralizaron primero la UNAM y luego todas las universidades, incluidas las privadas, del Distrito Federal y muchas de todo el país. Pero indefectiblemente me faltaba algo en aquellos discursos incendiarios: nombres. Por más que los pedía a los representantes de la Prepa 1, jamás los tuve.

El campo militar

Por supuesto, el preferido para toda suerte de estremecedoras y horripilantes historias fue el Campo Militar No. 1, en la ciudad de México, a donde fuimos conducidos los dirigentes y varios centenares más de detenidos. A quienes reconocieron nos aislaron en celdas destinadas al arresto de soldados. Estuvimos desaparecidos por más de una semana. Nuestras madres y hermanos nos buscaron entre los vivos, en prisiones, y entre los muertos, en morgues, sin dar con nosotros. Pero luego de unos diez días aparecimos en Lecumberri. Y aparecimos todos. No faltó ni uno solo de los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga detenidos. En el Campo Militar nos interrogaron separadamente. A Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca lo torturaron, a mí no me tocaron un pelo. Ya en la cárcel de Lecumberri nos preguntaban amigos y familiares ansiosos sobre los fusilados, los enterrados, los incinerados en el Campo Militar y, al menos yo, me sentía muy mal de no poder aportar ningún dato escalofriante y pavoroso a las certezas de mis amigos. ¿A quién habían fusilado e incinerado si los dirigentes principales de aquel movimiento habíamos aparecido sin faltar ninguno? A mí me dijeron que me iban a fusilar; pero fue por hacer preguntas bobas. Llegó un pelotón por mí en altas horas de la madrugada, que es ocurren los asesinatos políticos, al menos en el cine italiano. Me llevaron, solo y todavía sin camisa y un pantalón de niño que me llegaba apenas abajo de la rodilla, a través del Campo Militar. En eso escuché una detonación y, helás, se me ocurre preguntar: "¿Y eso qué fue?" La respuesta fue la obvia: "Uno más de ustedes que nos echamos. El que sigue eres tú..." Y me llevaron ante un agente del Ministerio Público a presentar mi declaración. Eso fue todo. No fue todo, pues hubo algo notable en mi interrogatorio. A la pregunta de cómo habían comenzado "los hechos" dijo el de la voz (o sea yo) que unos hombres de pelo corto estilo militar, ropa civil y un guante blanco habían subido al tercer piso del edificio Chihuahua y comenzado a disparar, que luego me había enterado de que se llamaban "Batallón Olimpia" porque así lo gritaban, desesperados, cuando el Ejército regular les había contestado el fuego. Se hizo un silencio y finalmente un sujeto, de pie junto al agente del Ministerio Público, ordenó: "Eso no lo escribas". Yo respondí, con timidez y voz baja: "Es lo que vi, es mi declaración". El sujeto cambió a un tono amenazador: "¡Eso no se escribe!" Pero, sorpresas y vueltas que da la vida, lo mismo declararon, en el Hospital Militar, los heridos del Olimpia y a ellos se les tomó la declaración sin censura. Muchos años después, los ya ex presos hicimos partidos políticos, el último, el PRD (que luego regalamos al sector más atrasado del PRI), y muchos de mis compañeros fueron diputados. Desde el Poder Legislativo establecieron una comisión encargada de esclarecer la verdad. Los nombres de los muertos están en el monumento levantado en Tlatelolco. En una ida al Distrito Federal los conté: eran 37 ó 38. Ya no recuerdo. Sólo nos falta conocer quién envió al Olimpia vestido de civil a provocar la reacción y el fuego nutrido del Ejército. La pista es clara: el comandante del Olimpia se llamaba Ernesto Gómez Tagle o Gutiérrez Gómez Tagle. ¿De quién recibió la orden? Eso será todo y el punto final, la sentencia que se le aplique.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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